Tres Sombras Chinas y Una Rata (IV)
Turbada por aquella insólita imagen que azoraba mi curiosidad trastornada, clavé mi rostro en el pringoso cristal del reducido ventanal para acreditar, de manera razonable, lo que realmente dejaba entrever aquella desmayada luminaria. Pero, de manera inoportuna, un incógnito e irreconocible ser, corrió las cortinas, ocultando, tras aquellas gruesas y pesadas telas viejas, todo lo que en aquellos instantes acontecía dentro de aquel salón del desusado edificio que, inesperadamente, había recobrado una extraña vida.
Mi cabeza centrifugaba absurdas posibilidades de actividad clandestina dentro de aquella embajada hasta que me quedé profundamente dormida. Al día siguiente, por la mañana y muy afamada, bajé al comedor para darme un sustancioso y nutritivo homenaje alimenticio y, además, aproveché, para ojear la prensa. Comprobé, con gran satisfacción, que yo, Tágata Piristri, ¡me había convertido en noticia! Entonces, de manera pausada, me serví un generoso desayuno compuesto por un huevo, tres tiras de panceta ahumada, una salchicha, dos rodajas de tomate, un puñado de champiñones y otro de alubias y una tostada. Todo ello acompañado por una humeante taza de té inglés El estrés producía en mí la capacidad de engullir todas aquellas ricas viandas a la vez que leía en la prensa los siguientes titulares:
«¡Tágata Piristri, la famosa escritora de relatos negros, desaparecida en Guilford!». «¡Encontrado abandonado en extrañas circunstancias, el Morris Cowley de la famosa escritora Tágata Piristri!». «¿Asesinato o secuestro? La extraña desaparición de Tágata Piristri». «¡Mimy Carrinton desolada ante la inquietante evaporación de la célebre escritora, Tágata Piristri, a la que había invitado a la nueva exposición de un popular artista de artes plásticas en la Guildford house Gallery!». «¡Hallados en un oscuro callejón, los ropajes roídos que podrían pertenecer a Tágata Piristri!». |
Después de devorar todo aquel popurrí de titulares, no podía dejar de reírme. ¡Mi plan había funcionado a la perfección! Pero ahora, debía concentrarme en averiguar qué era lo ocurría en el interior de la embajada. Aquello si era un serio misterio digno de ser resuelto y volví, nuevamente, a esconderme en el interior de aquel cuchitril gastado y estropeado que me protegía de toda aquella escandalera que había propiciado mi forzosa y voluntaria desaparición.
Antes de que mi mente se oxidara pensando en lo que sucedía realmente en aquel inutilizado edificio y tras comprobar que no había ningún tipo de actividad humana e inhumana, pasé todo el día frente aquella ruginosa ventana.
Dormí prácticamente la totalidad del día, hasta que la oscuridad de la noche me despertó, y al abrir los ojos…, ¡nuevamente, la tenue luz anaranjada, había sido encendida! En su luminosa fosforescencia podía verse la silueta de tres seres longevos elegantemente vestidos que portaban sobre sus cabezas unos aristocráticos sombreros de copa y que permanecían sentados alrededor de una gran mesa ovalada. Sobre ella, reposaba una lujosa vajilla y una deslumbrante cristalería y, como no, una cubertería totalmente plateada. Todo aquello indicaba que aquellas siluetas con apariencia humana, esperaban disfrutar, alrededor de aquella mesa, de una cena muy refinada. Y, mientras permanecía embobada contemplando aquel inusual teatrillo, en escena apareció, de un brinco sobre la mesa y portando unas extensas bandejas repletas delicadas exquisiteces culinarias, ¡una rata! Que, con la cofia en la cabeza y acicalada con un largo delantal blanco de puntillas atado alrededor de su cintura, empezó a servir a tan ilustres comensales los delicados alimentos, mientras que estos, ¡aplaudían a la rata!