La ceguera de la tiniebla (III)
Ambos sufrimos un brutal impacto estampándonos sobre la superficie de un espantable jardín aparentemente abandonado. Mis huesos, debido a la peculiaridad de mi nuevo estado físico, quedaron esparcidos sobre el seco ramaje de un árbol. Un árbol enflaquecido y prácticamente desmembrado y que, además, estaba muerto. Así y todo, todavía podían apreciarse sus descalzas raíces…