Peppino Puñetti ha muerto (II)
Todo permanecía minuciosamente ordenado… Por supuesto, en el escrupuloso orden siciliano, claro está, pero me sentía tan feliz de estar nuevamente de regreso a Ragusa, que, sin apenas deshacer mi equipaje, salí rauda y veloz de la habitación bajando la escalera de manera alocada. La cómica risa de Conchetta por ver mi escapada atolondrada, sonaba igual que el canto de una opereta. Yo también me reía hasta que los peldaños de aquella vieja escalera me jugaron una mala pasada, pues tropecé con algo sin determinar, provocando que embistiera, calamitosamente, al enflaquecido marido de Conchetta; Antonino, el gorrino. Aquel tropezón hizo que me quedara bastante confusa, pero a pesar de mi turbada confusión, me disculpé con Antonino sin ralentizar mi paso, a la vez que el viejo destartalado gritaba: «Dove vai, Guilietta!!», y mirándole con una amplia sonrisa desemboqué, con mucha satisfacción, hacía el exterior de la vieja pensión; pisando, con agrado, la empedrada calle siciliana.
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El cálido sol, la brisa y yo nos dimos un importante abrazo encontrado bajo la atenta mirada de la ciudad de Ragusa. Y después de aquel noble y excepcional abrazo tan sanador que me permitió reconciliarme con la vida y el universo entero, me entró un gigantesco arrebato de glotonería, por lo tanto, me dispuse a caminar calle arriba para comprarme un delicioso cannolo en la pastelería de Isabella, ya que, los mejores cannoli, podían comprase allí, sin duda alguna. Las experimentadas manos del padre de Isabella, Don Tomasso, daban vida a los mejores dulces de Ragusa.
Despreocupada y muy tranquila, caminaba yo por aquella vieja calle, hasta que, de repente, me percaté de algo muy extraño; los vecinos de las viejas calles aledañas estaban reunidos en pequeños grupos, cuchicheando entre ellos, mientras todas las miradas se dirigían hacia mí, a la vez que me dedicaban una desconcertada sonrisa la cual me parecía bastante siniestra. |
De entre toda aquella gente pude reconocer a la arrugada Roberta que era vecina directa de Conchetta. La miré fijamente pudiendo comprobar, una vez más, y con gran asombro, ¡que la cotilla de Roberta seguía luciendo un mostacho singularmente poblado…! «Come stai Guilietta!!?», me gritó con mucha fuerza. «Bene, grazie!», le respondí acelerando el paso para no entablar ningún tipo de conversación que pudiera retrasar la degustación de mi sabroso cannolo.