El hotel de los ruidos (VI)

26/06/2025 Desactivado Por Anna Val

Contemplar el cuerpo apuñalado y sin vida de Aldreda me produjo un golpe inesperado. Inesperado porque en aquel entorno idílico en el que nos encontrábamos nada hacía sospechar que podía llevarse a cabo un asesinato. «¡¡Un asesinato!!», grité en mi interior. Pero…, en qué andaría envuelta aquella mujer para que, minutos después de degustar su desayuno y habiendo quedado para reunirnos en el jardín, hallara la muerte de manera precipitada en manos de un criminal…

Desbordado también por los nervios, el recepcionista del hotel, que resultó ser de igual forma el dueño del mismo, nos llamó para reunirnos en el salón de té a golpe de trompeta. Mientras, el jardinero y un ayudante, recogieron el cuerpo de Aldreda y lo llevaron al sótano de una caseta contigua donde había una pequeña cámara frigorífica en la que guardaban a los pequeños gorrinos que eran traídos de una granja cercana para ser cocinados en ricas viandas. Por lo tanto, Aldreda haría compañía a los gorrinos por un tiempo ilimitado…

Reunidos todos en el salón, la máxima autoridad en aquellos instantes, es decir: el recepcionista y dueño a la vez del hotel, comenzó a balbucear unas recomendaciones a seguir; pero fue bruscamente interrumpido por mi improvisado acompañante, el pingüino belga Josephus Petrus: «¡Hay que llamar con gran celeridad a Scotland Yard! ¡¡Rápido, un teléfono!!»

«¡No, no… Monsieur Petrus! Para nada llamaremos a la policía…, ¡sería nefasto para el hotel el que se supiera que ha aquí, ha habido un asesinato! ¡¡Espantaría a los clientes y estamos en temporada alta!! ¿A comprendido Monsieur?», le contestó de manera contundente aquel hombre ridículo. «¡¡Me opongo rotundamente!!», protesto Josephus.

«Verán… Hay una alternativa a Scotland Yard y que, tal vez, sea mucho más efectiva para resolver este caso y descubrir el nombre del asesino de Lady Aldreda Puttock», nos dijo muy satisfecho aquel hombre que estaba rodeado por las tres ancianas malhadadas.

Quedamos muy sorprendidos por aquel anuncio y mientras me ajustaba mis monóculos para concentrarme mejor, Yedda no paraba de llorar musitándome al oído, entre lágrima y lagrima, unas repetitivas palabras que me sacaban de quicio: «My Lady…, ¡no quiero morir…!» «¡¡Cállate, que distraes mi atención!!», le regañé.

Entonces, de la boca de aquel chiflado recepcionista salió la solución que nos dejó a todos mucho más perturbados de lo que ya estábamos: «Ladies and gentlemen, aprovechando la presencia en nuestro hotel de la reconocidísima médium, madame Ouija admirada mundialmente por sus logros entre varios mundos, le pediría, por favor, madame, que nos ayudara a resolver esta muerte invocando al espíritu de Lady Puttock para que esta nos comunique el nombre de su asesino».

En aquel instante y sobre aquel salón de hotel, planeó un contundente silencio que nos envolvió de manera trágica.

Continuará…