Seiche La Mollusca (XII)

02/04/2021 Desactivado Por Anna Val

Con un aspecto deplorable que más bien parecía que me había transformado en una reportera de guerra, contemplé exultante la enloquecedora edificación que se nos mostraba. Una maravillosa ensoñación arquitectónica extraída de la propia imaginación de los hermanos Grimm. ¡Sí, la Maison de Adèle no me defraudó!

Impactado, Dave no tardó en eclosionar nuevamente, y muy a mi pesar, aquella expresión a la que le tenía una gran estima, la cual, lamentablemente, cada vez que la oía, producía en mi cerebro un molesto picoteo… «¡Vaya Tela!».

Con paso curioso y algo precavido nos fuimos acercando hacia la puerta principal cuando tomé conciencia de mi raro caminar, un desequilibrio más que evidente a causa de la rotura de aquel tacón, e intentando disimular con gran sobreesfuerzo dicha anomalía nos vimos sorprendidos por la aparición de una anciana pareja que salía del interior de la casa aclamándonos con una espontánea bienvenida.

 

– ¡Annette Bittet! ¡Es todo un honor su visita! ¡¡Bienvenidos!!–me arrollaron con un imprevisto e impetuoso abrazo que estuvo a punto de provocarme una nueva caída. Afortunadamente, estabilicé mi equilibrio sin más consecuencias y todo quedó en un resuelto sobresalto.

Sobrepasada por tan calurosa acogida, quise devolverles el cumplido, pero me fue del todo imposible debido a la atropellada e incesante cascada de preguntas lanzadas a toda velocidad por nuestros afectuosos anfitriones, los cuales, clavando la miranda en Dave, me preguntaron si él era mi ayudante. Algo que me apresuré a responder, aprovechando una breve y milagrosa tregua de silencio.

– ¡Eh! ¡Ah! Sí, sí. Les presento. Él es Dave, fotógrafo, se encargará de realizar el reportaje gráfico –no era necesario dar explicaciones sobre el verdadero motivo de nuestra relación, pues nada hubieran entendido, además, corríamos el riesgo de quedarnos atascados en una absurda conversación y no podíamos perder más tiempo…

Dave, me miró sobresaltado debido a su nuevo estatus de fotógrafo oficial, pero antes de que volviera a soltar aquella «tintínela de la tela», le realicé una suplicante rogatoria ocular para que aceptara de buen grado y sin discutir su papel estrella en aquella velada que se preveía delirante. Mirándome de manera retadora y con el pulgar hacia arriba, fue la manera en la que me dio a entender su forzosa aprobación. Algo que le agradecí con un rápido parpadeo de pestañas…

Sabiendo pues, que todo estaba en orden y rodeados por la octogenaria pareja que muy jovialmente realizaron las debidas presentaciones como Belmont Chaput y Clohe Chaput, entramos, finalmente, en aquella morada y refugio ocasional según decían, de Tolouse Lautrec.

El estallido de sensaciones que sentí al contemplar todo lo que en su interior se exponía, también contagió a Dave, que, de inmediato, empezó a fotografiar aquel sueño de otra época, el cual, nos miraba sorprendido a causa de nuestra llegada.

Se trataba de una acogedora estancia decorada a la antigua, en cuyas paredes colgaban numerosos retratos del propio pintor que acompañaban a un importante número de litografías. Eran los característicos carteles de cabarets y pinturas temáticas sobre la noche de Montmartre. También un retrato de Oscar Wilde.

Me acerqué para degustarlas con detenimiento y rápidamente me di cuenta de lo que era obvio y me aplaudí a mi misma… Mientras, mi ocasional fotógrafo me sorprendía cogiéndome del brazo para colocarme entre aquellos cuadros con la intención de hacerme una fotografía y, aproximando su cabeza, me susurró al oído de manera muy suave, lo que yo ya sabía: «son falsas…». A pesar de aquella advertencia y para evitar que cundiera el pánico, le rodee el cuello con mi brazo, gesticulándole con los labios que no dijera nada. Sin pretenderlo, quedamos abrazados en un estado embobado, algo que impresionó a los ancianos propietarios imaginando una situación entre nosotros que no era certera. Pero ellos siguieron a lo suyo exclamando un prolongado «¡Oh…!», dando lugar a que se creara una atmósfera muy empalagosa que debió malhumorar a uno de los retratos de Tolouse Lautrec, desprendiéndose de manera imprevista y aterrizando sobre mi cabeza.

Continuará…


Anna Val.