Seiche La Mollusca (VII)

26/02/2021 Desactivado Por Anna Val

Aquella respuesta me había dejado cegada y en un estado absurdo por no saber qué decir, y no se me ocurrió otra cosa que mirar por encima de su ancho hombro, inspeccionando por detrás de su espalda para averiguar si, tal vez, se escondía alguien.

Estaba claro que yo carecía de toda lógica ante aquel hombre tranquilo y bien instruido.  Deslumbrada por su conocimiento, pensé que sería mucho mejor no preguntarle nada más, pues era evidente que mis preguntas me posicionaban en un lugar arriesgado, del que, seguramente, no sabría cómo salir sin sentirme desatinada. Por lo tanto, decidí que fuese él mismo quien saciase su curiosidad. Algo que no tardó en hacer.

 

-También yo me dirijo a Albi. Es un lugar que he visitado en varias ocasiones. Jamás me cansaré de admirar el emblemático y bello Palacio de la Berbie y todo cuanto le rodea, sobre todo, sus jardines y, naturalmente, el Museo de Tolouse-Lautrec que se halla en el interior de esta antigua fortaleza. ¡Qué casualidad que ambos nos dirijamos al mismo lugar, Annette!

Mientras pensaba yo que las casualidades las carga el diablo, no tuve más remedio que contradecir su casual casualidad…

-Lo lamento Dave, pero mi camino me conduce a la otra orilla del río Tarn, donde se esconde, entre frondosos árboles y extensos viñedos, una pequeña casa llamada La Maison de Adèle.

– ¿Y qué relación guarda con el pintor? – preguntó en una explosión de asombro.

– ¡Oh! Son antepasados muy lejanos de Tolouse-Lautrec, demasiado lejanos diría yo. Algunos incluso lo ponen en cuestión. Cuentan las malas lenguas que estos, debido a sus tendencias libertinas, fueron expulsados de la familia, desterrándolos al otro margen del río ocultos de todo. A pesar de ello, el artista les visitaba con frecuencia de manera clandestina y, casi siempre, acompañado de amigos para ejercer una de sus mayores pasiones: cocinar. Todavía hoy conservan un extraño recetario que jamás ha salido a la luz. Lo custodian como un gran tesoro, que de hecho lo es, por estar escrito de puño y letra por el propio pintor.

– ¡Ah! Desconocía esta historia. Tenía entendido que existe un recetario de Tolouse-Lautrec llamado «El arte de cocinar» o algo parecido, creo –añadió bastante desconcertado.

-Sí…, pero este es otro… –le respondí.

-Comprendo… – dijo con voz desconfiada.

-Verás, yo huyo de los convencionalismos. No me atrae lo que ya es conocido. Me complace todo aquello que resuena dentro de lo absurdo, siempre voy en busca de lo insólito. Tal vez, porque concibo la vida como un juego disparatado y así es como la he vivido siempre, de manera excéntrica, volando entre fuertes ráfagas de extravagancia.

Dave atendía muy atento mientras su curiosidad iba creciendo. Parecía absorber cada palabra que yo relataba. Su respetuosa escucha me abrumaba y tuve la impresión que en su mente se dibujaban un sinfín de interrogantes.

Tras una prolongada pausa, verbalizó una pregunta que me pareció, por el tono en que la expresó, que la había meditado en profundidad.

 – ¿Tendrías inconveniente en que yo te acompañara? Soy escritor y la aventura me apasiona… -sonrió.

Aquella propuesta reafirmó lo que hacía tiempo yo filosofaba… Me había convertido en un extraño imán para los escritores, era como un círculo vicioso e incomprensible, pues, en todas las etapas de mi vida, siempre me había acompañado un escritor…

Continuará…


Anna Val.