Seiche La Mollusca (VI)

19/02/2021 Desactivado Por Anna Val

En mi precipitada salida tropecé con un taxi. Me sentí tan afortunada que entré en un estado de euforia descontrolada accediendo a su interior dando un salto literal, lo que provocó que su conductor se sobrecogería al confundirme con una atracadora. Sin darle tiempo a que me reprochara nada, le grité:

– ¡A la estación de ferrocarril Paris-Austerlitz! ¡¡Rápido!!

Asustado, pisó tan hondo el acelerador, que sus neumáticos quedaron tatuados en el asfalto. Atravesamos como unos auténticos camicaces el Boulevard Beaumarchais reduciendo a la mitad el tiempo habitual de dicho recorrido y, dando un frenazo sin previo aviso, llegamos por fin y a la desesperada, a la tan ansiada estación.

Le pagué aquella loca carrera y salí al galope hasta lograr mi objetivo… ¡Alcanzar el andén y subirme al tren!

 

En el interior del vagón, intenté tranquilizarme y recuperar el ritmo acostumbrado de mi respiración, algo que me resultó un poco complicado debido al atolondrado transitar por el ceñido pasillo de los extraviados pasajeros en la búsqueda de sus ubicaciones. Aquello producía en mí, una agónica claustrofobia.

A pesar de todo, poco a poco, el atasco desarrollado en esos interminables minutos se fue esclareciendo, dando paso a un paisaje mucho más despejado. Entonces, con el aplomo al que recurro siempre en situaciones de alto riesgo, fui poniendo en orden mis nervios que andaban a loco.

Imperturbable, en silencio e intentando no perder el equilibrio a causa del traqueteo que producía la veloz máquina, me dirigí en busca de mi asiento. Una vez localizado me percaté que se me había adelantado el que sería, por unas horas, mi compañero de viaje.

Era un hombre joven, alto y atlético y con poca pinta de francés. Además, vestía de negro riguroso. Tal vez fuese un sacerdote o un seglar, o, simplemente, un turista laico y triste. Con su dolorido semblante, me miró desafiante y algo molesto por tener que levantarse, pues ocupaba el asiento de pasillo, y yo… ¡ventanilla!   

Sin darle las gracias ni tampoco saludarle me senté con rapidez, optando por continuar en silencio y abrazada en todo momento a la cámara fotográfica. Quería permanecer oculta en la más estricta intimidad mientras intentaba disimular mi cohibido estado mirando por la ventana, aquel tipo me intimidaba.  

 Inesperadamente, de manera sigilosa y reservada y con una elegante cautela, me preguntó:

– ¿Fotógrafa?

-No –le respondí sin apartar mis ojos de aquel cristal en el que se reflejaba su rostro, ya que la prudencia aconsejaba ir despacio…

-Me llamo Dave –me dijo con un peculiar acento. Norteamericano, tal vez.

Yo tracé una forzada sonrisa sin decirle nada y él volvió a insistir algo desconcertado.

-Dave, me llamo Dave.

-Sí, sí, he comprendido. Su nombre es Dave –esta vez le miré a los ojos percibiendo algo en su mirada que me sofocaba y como no me apetecía pasar el resto del trayecto en un clima dudoso, me lancé de manera directa y clara para despejar aquella atmósfera un tanto embarazosa.

Anette Bittet, un placer. Soy periodista y me dirijo a Albi para realizar un reportaje sobre el ilustre pintor Tolouse-Lautrec.  Y ya que el destino se ha empeñado en imponerme un compañero de viaje, si me lo permite, me gustaría hacerle una pregunta. ¿Qué opina de Tolouse-Lautrec?

Se hizo un silencio confuso, desorganizado…  ¡Y entonces ocurrió lo que menos me esperaba!

Dave empezó a reír y me respondió:

 -Me gusta bastante. De hecho, cuando era pequeño, recuerdo haber realizado un trabajo sobre él. Me gusta Monet, Cezanne, Manet, Sisley… Todo lo que pueda ver en el Museo D´Orsay.

Continuará…


Anna Val.