Seiche La Mollusca (V)

12/02/2021 Desactivado Por Anna Val

Taconeando el firme embaldosado con un sugerente movimiento de caderas, sin poder evitar un coqueteo provocador y exagerado por mi parte y con las manos entrelazadas, recorrimos los escasos metros de distancia que nos conducirían hacia la casa de Fulbert Teló.

Ambos brillábamos con luz propia, como si fuésemos los protagonistas de alguna película de Jean Cocteau.

Emeric rodeó con fuerza mi cintura acercándome hacía él y, con una calmada sonrisa, me susurró:

 -Tranquilízate, Annette. Me encantan tus caderas y no me gustaría que se vieran perjudicadas. Ya tenemos una edad… -empezó a reír.

Sin poder evitarlo y mirándole fijamente a los ojos mientras dibujaba una sexy sonrisa en mis labios, le pellizqué con la punta de mis dedos el lóbulo de su oído izquierdo, formulándole a modo de maullido, aquella evidente pregunta que necesitaba de una respuesta urgente.

-Emeric… ¿quién es Claudia? Respóndeme ahora, mon ami, o vete olvidando de que sea yo quien se ocupe de organizar ninguna exposición… ¿Comprendes?… –le ronroneé mientras le besaba tiernamente.

 

Aquel sutil chantaje emocional dio resultado.  

-La verdad, cuando te escribí aquel correo electrónico desde la recepción del hotel en el que estoy hospedado y en el que te relataba un esbozo de lo que había sido mi vida, al concluir aquellas líneas las volví a leer, no como el autor de las mismas, sino como un lector ajeno de mí mismo, y entonces, me quedé muy afligido al percibir la vida tan desconsolada que había tenido aquel escritor, que era yo mismo, pero convertido, de repente, en su propio lector. Afortunadamente cuando entré en aquel estado tan entristecido pasó por mi lado una mujer cuyo parecido con Claudia Cardinale era asombroso. Entonces imaginé, que, además de escribir libros, también había contraído matrimonio con la Cardinale, a la que le había confesado, que, en mi juventud, estuve brevemente casado con Annette Bittet, y habíamos vivido nuestra historia de amor escondidos en la isla de Rodas. De esta manera daba por zanjada una vida solitaria al haber estado casado dos veces…

Terminó con aquella enredosa respuesta acariciando suavemente mi rostro. Entonces, accedimos al interior de la casa de Fulbert cuya puerta se encontraba entreabierta. Inesperadamente, una densa aura gris contaminó toda aquella frescura que nos envolvía cuando comprobamos el caótico estado en el que se encontraba aquella estancia. «¡Oh, mon Dieu!», me dije.

Mis ojos se dilataron de tal manera que me imposibilitaron pestañear al contemplar todo aquel desorden amontonado por todas partes, impidiendo que pudiésemos movernos con normalidad.

De repente, de entre aquella montaña gigantesca formada por lienzos, murales y demás utensilios pictóricos, apareció de manera atolondrada nuestro amigo, que, con un aspecto acorde a todo aquel desconcierto que le rodeaba y con semblante confuso y distraído, nos dedicó unas balbuceantes palabras de bienvenida, invitándonos a acomodarnos entre aquel laberinto artístico.

Nos abrimos paso intentando no dañar nada, mientras yo contemplaba, con asombro y admiración, toda aquella maravillosa obra que, solo un genio como él, era capaz de plasmar en un éxtasis de creatividad.

Pero mi realidad me recordó que yo no estaba allí para contemplar nada, pues debía coger prestada la cámara fotográfica de Fulbert, la cual, me acompañaría aquella misma tarde, en mi viaje con destino a Albi, para poder realizar mi reportaje sobre Tolouse-Lautrec.

– ¡Debo marcharme! ¡En una hora sale mi tren! ¡¡Necesito tu cámara fotográfica!! –le dije.

Empecé a bucear por debajo de todo con el ánimo de encontrar el tan ansiado artefacto, naturalmente, bajo la irritante y nerviosa supervisión de Fulbert, que, viendo como yo desordenaba su pulcro desorden, finalmente, entró en un estado de resignación.

Por fin encontré el anhelado artilugio tirado en el suelo debajo de una silla. Me apoderé de él y me despedí con rapidez mientras Teló me disparaba una retahíla de preguntas…

-Pero… ¡¿a dónde vas?!  ¡¿Y para qué necesitas mi cámara?! ¡¡Annette!! ¡¿Te ocuparás de la exposición?! ¡¡Annette!!

– No te preocupes, Emeric te pondrá al día de todo. ¡¡No tardaré en volver!! -salí veloz ante la impasividad de Emeric que parecía estar en otro mundo y la inquietud de Fulbert.

Continuará…


Anna Val.