Seiche La Mollusca (III)

29/01/2021 Desactivado Por Anna Val

Asimilar todas aquellas palabras después de treinta y siete años de un aplastante mutismo, no resultó ser nada fácil. Es decir, tuve que leer y releer un número indeterminado de veces aquella carta para intentar comprender por qué me llegaba justo en ese preciso momento en el cual yo había decidido, por voluntad propia, eliminarme para siempre de la vida social.

Pero la única respuesta sensata que pude hallar cuando me encontraba sumergida en un estado de abandono, arrastrada por una marea que me empujaba de manera obstinada, hacía un profundo y oscuro fondo marino lleno de turbulencias que me zarandeaban para permanecer anclada, con el único propósito de esclavizarme en una resignación absoluta y dolorosa sin posibilidad alguna de emerger jamás a la tan ansiada superficie y, cuando ya no esperas nada y mucho menos a nadie, entonces, el destino irrumpe de manera heroica, liberándome de una oscuridad impuesta que,  a modo de regalo, me estaba ofreciendo mi última oportunidad: «Respirar».

 

 

Aquel mensaje sincero llegó de manera casual para desgarrar mi encorsetada existencia, permitiéndome recuperar un camino que se presentaba ante mí de manera imprevisible. Tenía la ilusión, nuevamente, de vivir en la más absoluta libertad, sin tener nada que justificar. El no valorado tiempo pasado volvía con fuerza al hastiado presente para arrancarlo y lanzarlo al mundo del olvido más absoluto.

Con energía, fuerza y vigor, di un brinco de la silla para brindar por Emeric Latás, mi viejo amigo y compañero de un poco de todo y, además, escritor de éxito del que no había leído ninguno de sus libros. Él, sin saberlo, había inyectado nuevamente en mi vida una placentera y bendita dosis de locura.

«¿Abrazos de Claudia? ¿Quién era Claudia?», me pregunté. Daba igual, no recordaba ninguna Claudia…

Sobre Fulbert, hacía tiempo que no coincidíamos en ninguna fiesta de pecado mortal, pero tampoco me extrañaba su estado pues siempre había sido de carácter introvertido en el ámbito social, encerrándose en su complejo mundo creativo para poder expresar lo que a ningún humano revelaría jamás.

Sin dar respuesta a aquel correo electrónico y embriagada por la felicidad, decidí darme una ducha rápida.

Después, enfundé mi cuerpo en aquella larga gabardina introduciendo mis delicados pies en las arriesgadas botas que cubrían mis piernas hasta las rodillas y, ocultando mis ojos detrás de aquellas gafas oscuras, yo, Annette Bittet, salí de mi apartamento en dirección a la casa taller de Fulbert Teló.

Continuará…


Anna Val.