Ruinas Roks City (V)

01/06/2023 Desactivado Por Anna Val

La tozudez de Ariadne por desanudar aquel enredo vesánico dio, por fin, un resultado satisfactorio: la fémina pelicana y coleta de gorrino enmudecieron al escuchar la grabación telefónica que ponía al descubierto su engañosa equivocación. Desorientadas y balbuceando unas insinceras disculpas, aquellas dos tuvieron que zamparse sus fementidas palabras mientras nos realizaban el abono del ilegal cobro.

Con la llave de la habitación en nuestro poder, accedimos a un estrecho ascensor para subir al tercer piso y, cuando este se detuvo, al abrirse las puertas, vimos un pasillo de corto recorrido, forrado por una mugrienta moqueta por la que deberíamos caminar intentando, eso sí, que nuestros zapatos no quedaran pegados en aquella especie de materia orgánica marrana, muy marrana…

Yo tomé mis precauciones y me lancé dando un pequeño saltito sobre la espalda de Ariadne, quedando colgada como un cordero mientras ella gritaba:

-¡¡¿Qué haces?, me estás ahogando!!

-¡¡No me sueltes…!! ¡¡Sujétame, por favor…!! ¡No quiero pisar el suelo! –le imploré entre gritos.

Alertado por el griterío, uno de los huéspedes salió de su habitación que, al vernos, y alarmado por la situación, pensando él, que tal vez estuviéramos en un grave peligro, se acercó rápidamente para socorrernos y, justo cuando iba alargar su brazo para agarrarme, le lancé una fuerte patada que lo dejó paralizado.  El hombre en cuestión, no entendió que yo no requería ser rescatada. Simplemente necesitaba seguir colgada de la espalda de Ariadne…

Una vez logramos entrar en la habitación, y ya con los pies en el suelo, la impotencia por lo que estábamos contemplando nos inmovilizó por completo: a la derecha un pequeño baño al que le faltaba alguna que otra baldosa parecía reírse de nosotras. La bañera se ocultaba detrás de una siniestra cortina cuyo color, un amarillo grasiento, erizó mi bello. Ya solo faltaba que, de un momento a otro, aquella cortina fuera descorrida con fuerza por Norman Bates, el protagonista de la película «Psicosis» y que, cuchillo en mano, ¡volviera a escenificar el temible y sangriento acto del acuchillamiento!

Con la vista fuera del baño –por si acaso-, dos pequeñas camas ocupaban prácticamente todo el espacio de la habitación en la que apenas cabía una minúscula mesa sobre la que descansaba un obsoleto televisor. El armario, una tabla de madera sin puerta que se sostenía literalmente por un tornillo clavado en una de sus paredes y que dejaba al descubierto cuatro perchas de plástico blanco, impedía el acceso a un reducido balcón con vistas a las vías del tren…

«¡Tú y tu enfermiza nostalgia de volver siempre al pasado…!», se lamentó con rabia Ariadne.

Aquella frase me produjo un extraño cosquilleo en los pies, pues no le faltaba razón al lanzarme aquella queja en forma de bofetada. Pero las cosquillas seguían de manera insistente e impertinente: «Será cosa de la circulación sanguínea…», pensé mientras bajaba la mirada para saber que les estaba ocurriendo a mis pies cuando horrorizada, vi otro tipo de circulación; ¡un grupo de negras hormigas asesinas avanzaban sin control colándose dentro de mis sandalias fucsias!

– ¡Aaaah! ¡¡Quítamelas de encima!! ¡¡Quítamelas de encima…!! –le grité a Ariadne dando enérgicas pataletas para poder aplastar a las hormigas homicidas y sin pensarlo, salíamos de la habitación a toda velocidad y sin importarnos el estado mohoso de la moqueta que parecía comerse el pasillo.

Continuará…


Anna Val.