Ruinas Roks City (II)

13/04/2023 Desactivado Por Anna Val

Un oportuno «ya está todo dispuesto», apaciguó el enredoso estado de ánimo que aquella llamada telefónica parisina había producido en mi particular, y casi siempre deslucido, estado de ánimo.

«Ya está todo dispuesto», volvió a repetir Ariadne mientras salía de su despacho con los billetes de tren que ya había adquirido previamente por internet, y que nos empujaban a marchar, de manera precipitada, hacia la estación de tren. Rápidamente cogimos un pequeño equipaje que siempre teníamos preparado en la editorial para casos de extrema emergencia y, al salir, tropezamos de manera afortunada y accidental con un «taxi amigo» que nos transportó, en una tensa e intensa carrera, por la concurrida Diagonal barcelonesa, hasta llegar a la «hormigueada» estación de Sants.

Entre empujones, recorrimos los largos pasadizos que nos conducían, de manera obligada, a soterrarnos bajo un subsuelo oscuro y un tanto asfixiante y que, además, estaba saturado por un pelotón humano que permanecía estático con la mirada perdida y la mente ausente.

Con un dificultoso movimiento, un tanto claustrofóbico, Ariadne miró el panel informativo que parecía flotar sobre las cabezas de aquella zombi muchedumbre pero que, en realidad, colgaba de una de las columnas del hormigonado andén. Al consultar, Ariadne, la llegada de nuestro tren, un grave suspiro suyo atravesó mi sien… «¡Llega con quince minutos de retraso…!» «¡¡Quince minutos!!», exclamé espantada.

Entonces, un punzante escalofrío me golpeó violentamente al pensar que habíamos quedado atrapadas, como vulgares ratas, en el insalubre subsuelo de una estación de tren durante novecientos agarrotados segundos… «¡¡Un cuarto de hora de mi vida quedará evaporada en la catacumba de este andén!!», grité en un ruidoso silencio que captó la atención de las vías, aquellas alargadas barras de acero que, con sus entrelazadas formas geométricas, me advertían que tuviera paciencia… Y por un instante pensé que sería asesinada por culpa de mi propia cólera, producto de una tóxica irritación, que cabalgaba sin control dentro de mí.

Intenté no perder el conocimiento con la ayuda de Ariadne que, con su particular optimismo, repleto de eufóricas convicciones surrealistas, inyectó en mi ánimo la serena claridad que el momento precisaba con determinada urgencia: «Aguanta, ya falta muy poco para que llegue el «cercanías» y podrás sentarte para descansar».

Sí, aquello era una clara declaración de fe, y yo necesitaba creer para sostenerme y salir airosa de aquel corredor gris y lleno de amenazadoras turbulencias emocionales cuando una lejana luz amarilla atravesaba el túnel. No, no era el más allá, era el faro del tornadizo tren de cercanías, que a medida que iba avanzando, nos mostraba el deterioro al que había sido sometido por culpa de un siniestro sistema, oscuro, prieto y hosco, cuyo único fin, es el de querer engordar, de manera grosera, las tenebrosas arcas de ciertos personajes imposibles de definir, y que, por desgracia, tenemos que sufrir…

Su fantasmal apariencia me entristeció por completo y, todavía fue mucho peor tener que contemplar, con suma tristeza, como el puerco vandalismo había defecado sobre el exterior de los vagones, estampando sobre ellos unos nauseabundos grafitis, vulgares y de muy mal gusto como sus propios autores. Lamentablemente, la panorámica que nos esperaba al subir a su interior, no mejoraba en nada…

Continuará…


Anna Val.