Ruinas Roks City (I)

30/03/2023 Desactivado Por Anna Val

Se aproximaba el fin de semana y la necesidad de desintoxicarme de la perversa y malintencionada creatividad que me mantenía esclavizada delante de un peligroso tomo de hojas en blanco, provocó que, naciera en mí, un alocado impulso: viajar durante tres días a una cercana ciudad costera en la que yo había estado en una lejana y casi olvidada infancia.

El envenenado hechizo de la nostalgia hizo de las suyas al recordarme la importancia que antaño tenían los trenes de cercanías, y cuya poderosa maquinaria, ejecutaba su recorrido con una estricta puntualidad. Además, sus elegantes vagones acogían con amabilidad a los inquietos pasajeros que, cargados algunos con un pesado equipaje, y otros sin ninguna carga que soportar, corrían excitados para poder ocupar, en un esfuerzo titánico, el mejor lugar: acomodarse al lado de las acristaladas ventanillas que, vestidas estas con elegantes cortinillas de color blanco y de cuya tela sobresalía, a modo de adorno, unas elaboradas puntillas, les permitiría desfogar, a través del cálido vidrio, las perniciosas preocupaciones arrojándolas al vacío con la mirada, sustituyéndolas por el contemplativo encanto, casi embrujado, de los nobles pueblecillos de interior.

Con mi mente de vuelta al presente, acordé con mi colaboradora Ariadne la organización de un paréntesis vacacional cuya duración no se alargaría más allá de unas setenta y dos horas para desatender cualquier inquietud junto al mar, viajando en un tren de cercanías y alojándonos en un pequeño y tranquilo hotel familiar que habitase en un sereno paraje. Es decir; un hotel como los de antes, con pocas habitaciones y de ordenada sencillez en el que, al entrar, te envolviera el reposado abrazo de una sosegada placidez.

Una vez expuesto mi ambicioso deseo, Ariadne, me miró con el entrecejo fruncido mientras se levantaba lentamente de la silla moviendo la cabeza en un gesto de desaprobación, desvelando, de manera intencionada, un exagerado desasosiego de preocupación.

Mientras Ariadne se adentraba en su despacho para coordinar la reserva del hotel y la adquisición de los billetes de tren, atendí la llamada telefónica de mi buena amiga Marguerite, a la que le hice partícipe, con moderada ilusión, de mi inminente viaje en una entrecortada conversación de difusos silencios… «¡Qué tengas suerte en tu búsqueda de lo imposible y disfruta de tu viaje a la nada!», me dijo en su particular ofuscación de pesimismo constante envuelto en una actitud de negación por todo… Después colgó el teléfono de manera bronca, imagino que con el ánimo de arruinar mi deseo de descansar para desconectar de la vida.

A veces pienso que Marguerite realiza extrañas llamadas telefónicas para conseguir información con la que poder escribir sus nuevos manuscritos. Tal vez, de eso se trate la literatura, de robar vivencias para escribir, tanto de manera constructiva como destructiva, sobre lo ya vivido por otros; extraños o no tan extraños, pero que en definitiva sirve para maquillar la información de forma quimérica para que todas las palabras escritas puedan cimentar, de cargada charlatanería cuentista, un número indefinido de páginas en blanco, en las cuales, se leerá, en realidad, una historia «no inventada.»

Ciertamente, Marguerite había logrado, una vez más, contaminar mis pensamientos con esa particular atmosfera de espesa intelectualidad, en la que su único propósito era el de querer arruinar un viaje que yo todavía no había emprendido.

Continuará…


Anna Val.