Querida prima Violet… (V)

17/11/2022 Desactivado Por Anna Val

Soterrados en las entrañas de aquel opaco conducto nublado y sin saber exactamente en qué punto nos encontrábamos, de repente, fuimos expulsados hacia el exterior por una extraña fuerza sobrenatural, la cual, nos vomitó exactamente dentro de un lúgubre callejón apenas iluminado por unas pocas farolas de gas que emitían su tenue luz sobre los adoquinados muros, en los que podía verse reflejadas las fulgurantes siluetas de un grupo de extrañas mujeres vestidas con unos atuendos imposibles y, que, además, tenían la osadía de sonreírnos  de manera maliciosa. Aterrada me fijé como, de entre sus roídas faldas, brotaba algún que otro chiquillo andrajoso con aspecto enfermizo que nos vigilaban a través de sus perversos ojos negros maldiciéndonos con su mirada. Gato, temeroso, conducía prácticamente por intuición, cuando de repente dio un gran acelerón, poniéndonos a salvo al norte del Támesis.

Aliviados por haber dejado atrás aquel endemoniado escenario, nos vimos gratamente rodeados por los elegantes edificios londinenses cuyas aristocráticas chimeneas se inclinaban a nuestro paso dándonos la bienvenida mientras espiraban delicadamente un invisible humo que engalanaban a los exuberantes tejados. Entonces recordé que, al doblar la esquina, se encontraba escondida la palaciega casa inventada de Violet. Le di a Gato las oportunas indicaciones para que se acercara al palacete cuando estallé en un gigantesco grito: «¿¡Cómo puede ser posible!?» ¡La casa había desaparecido y en su lugar, alzaba un lujoso hotel! Gato me miró con los ojos dilataos, recalcándome que aquella era la dirección correcta. «No comprendo nada…», me lamenté un tanto mareada. Tal vez todo tuviera su explicación, pues habían pasado algunas décadas en las que yo no había ido a visitar a mi querida prima y, quien sabe, a lo mejor se había mudado a otro lugar y no pudo comunicármelo en su momento. Sí, aquella era una explicación más que razonable…

Sin más preámbulos, me dispuse a bajar del automóvil cuando rápidamente vino uno de los mozos del hotel para sujetar la puerta del Lanchester. Salí algo arrugada del interior, y con paso apresurado me dirigí hacia el hall dejando que Gato se ocupara del reducido equipaje.

-Welcome madame. Su habitación, la de siempre, ya está dispuesta –me dijo muy educado el elegante recepcionista.

-Thank youuuu –le respondí, silbando un dilatado agradecimiento.

– ¡Ah! Disculpe, madame. Esta carta ha llegado esta tarde y es para usted.

Extendí la mano y cogí aquel sobre, pero esta vez sin agradecerle nada y, acto seguido, subí a mi habitación acompañada por mi mayordomo. Una vez dentro, me senté para leer aquella carta que yo misma me había escrito unas horas antes y, para tener un poco de intimidad, le di la noche libre a Gato que se marchó maullando, igual que siempre, mientras se perdía por las señoriales azoteas de Londres.

A continuación, me dispuse a leerla en voz alta.

«Mi muy apreciada Rosaleen.

  He sentido una inmensa alegría al recibir noticias tuyas. Después de tanto tiempo también yo me preguntaba que habría sido de ti. Si no me falla la memoria, creo que la última vez que nos vimos, fue en el gran baile de gala que ofreció nuestro difunto amigo, el varón de Vodí. ¡Cuánta nostalgia siento por aquellos tiempos que jamás existieron…!

Rosaleen, no sabes lo mucho que me apena no estar aquí para poder recibirte pues he tenido que partir, de manera imprevista, rumbo a la India. ¿Recuerdas, querida? Yo tenía, hace mucho tiempo allí, una vida… Y, antes de que ésta se desvaneciera del todo, decidí volver para sepultarme nuevamente en ella.

Ruego me disculpes Rosaleen. Y espero, que, en un futuro no muy lejano, podamos reencontrarnos nuevamente. Mientras tanto, recibe un entrañable abrazo de tu prima Violet

Con el corazón frío y entrecogido, dejé caer aquel papel y en aquel momento, una leve luz diurna atravesó la habitación para recordarme que, en realidad, nada había ocurrido porque yo seguía recostada sobre mi cama, observando, en esta mañana de nublosa incertidumbre, cómo las plomizas nubes ensombrecen los extensos bosques de Ranulph Villier. Hoy son ellas las que han decidido desahogar, en forma de minúsculas gotas de agua, un caprichoso e intenso llanto melódico sobre los cristales de mi ventana. Lo recorren palmo a palmo, paseándose a placer por el húmedo vidrio rectangular que, dotado de un marco de artística hermosura, embellecen, todavía más, al inquebrantable paisaje que durante décadas acoge con gran solemnidad, este, mi hogar: «La villa Leleu».

FIN


Anna Val.