Querida prima Violet… (IV)

10/11/2022 Desactivado Por Anna Val

Pasé un tiempo ausente de la realidad presente cuando, un extraño malestar se apoderó de mí: me sentí levitar durante un largo rato en compañía de un numeroso grupo de mariposillas que revoloteaban a su libre albedrío alrededor de mi cabeza. Parecían hipnotizadas danzando al ritmo de un agudo «Tam-Tam» que resonaba de manera estridente en el interior de mis tímpanos. «¿¡Serán tambores!?», pensé alarmada.

Exasperada, intentaba poner en orden mis pensamientos: «¿Seguiré todavía de safari por África…?», repensé. Y, al abrir los ojos, ¡vi un rostro aterrador! ¡Era una gigantesca pantera negra a punto de engullirme! Sin dudarlo ni instante, me defendí azotando con el bastón a la oscura fiera, pero… ¡la bestia hablaba!

– ¡¡Calm down, my lady!! ¡¡Calm down!!, rugía ella en la lengua de Shakespeare.

-¡¡Fuera de aquí mostrenco animal!!, le grité.

– ¡My lady, sosiéguese! Soy Gato, su mayordomo.

– ¿¡Gato…!?, voceé extrañada… ¿Sería aquello una maniobra de distracción de la fiera?

– My lady, ¡excuse me! ¡I`m sorry, my lady! No era mi intención golpearla…

– ¿Qué ha pasado…?, exhalé aquella pregunta en forma doloroso suspiro.

-Señora, he visto a un peligroso insecto, en concreto a una avispa que aleteaba alrededor de la redecilla de su sombrero. Y, para evitar que esta le lastimara, he creído oportuno espantarla… ¡Le he dado un coletazo! Pero, ¡en ningún momento he querido dañarla a usted! Disculpe mi torpeza…

Pobre Gato… Siempre tan honrado y sincero. Su lealtad hacia mí, era férrea… A pesar, que, en aquel momento, su fidelidad resultó ser lamentable…  

«Está bien…», le dije para tranquilizarle. Entonces, con gran esfuerzo, ambos intentamos recobrar la compostura y, poco a poco, nos fuimos recuperando de aquel diabólico accidente que retrasaba, de manera irracional, nuestro viaje.

Nuevamente nos pusimos en marcha y, Gato, a través del retrovisor, me miraba muy atento, parecía expectante. Precavido, subió la ventanilla para asegurarse de que ningún otro insecto criminal, se colara por la ventana.

Recorridos unos cuantos kilómetros, noté un leve escozor en la mejilla. Entonces, hurgué en el fondo de mi bolsa de viaje para buscar la envejecida polvera parisina -regalo de mi tía abuela la condesa viuda de Lecat-. La abrí y me miré en su espejillo para evaluar los daños colaterales que mi rostro había podido sufrir. Lamentablemente, todo seguía igual… Las arrugas y las verrugas se sostenían, cada una de ellas, en el mismo lugar. Nada había cambiado… Y, recordé, lo bella que yo había sido en un lejano pasado que, cada vez, me atormentaba más… Y, para desahogar la aflicción que sentía en aquel momento, apreté las manos en la empuñadura del bastón.

Después, abrí nuevamente los ojos, y me entristeció comprobar cómo había desaparecido la colorida panorámica de la hermosa campiña… Irremediablemente, nos habíamos adentrado en la ciudad. Su niebla, gris y espesa, nos tragó por completo…

Continuará…


Anna Val.