Querida prima Violet… (I)

20/10/2022 Desactivado Por Anna Val

Recostada sobre mi cama, observo, en esta mañana de nublosa incertidumbre, cómo las plomizas nubes ensombrecen los extensos bosques de Ranulph Villier. Hoy son ellas las que han decidido desahogar, en forma de minúsculas gotas de agua, un caprichoso e intenso llanto melódico sobre los cristales de mi ventana. Lo recorren palmo a palmo, paseándose a placer por el húmedo vidrio rectangular que, dotado de un marco de artística hermosura, embellecen, todavía más, al inquebrantable paisaje que durante décadas acoge con gran solemnidad, este, mi hogar: «La villa Leleu».

Engullida por el éxtasis contemplativo del momento, mi instinto olfativo se ve sorprendido por un delicioso y acogedor aroma a fuego y leña; lo reconozco, se trata de la longeva chimenea que habita desde hace unos cuantos lustros en un destacado rincón de mi habitación. Con gran dificultad, ladeo la cabeza hacia el otro lado de la almohada para dedicarle una agradecida y sincera sonrisa, pues, a pesar de su dilatada edad, sigue cumpliendo de manera honrada con su agradable cometido: envolverme con su suave calor…

Mientras bostezo, poco a poco me voy desperezando, esperando con paciencia a que la puerta se abra. Pasados unos espaciosos minutos esta se entreabre de manera pausada; es él, Gato, el mayordomo que, asomando tímidamente su bigotuda cabecilla pequeña y negruzca, se dirige hacia mi cama con paso firme y muy disciplinado para dejar, sobre el acolchado edredón de lana escocesa, una elegante bandeja de plata victoriana para que yo pueda degustar, como cada día, de un refinado desayuno inglés.

Después, Gato, el mayordomo, de un brinco salta al suelo y, entre «miau y miau», se despide de mí deseándome un buen día. Yo, le ignoro… Y con la mirada altiva y sin expresar ningún tipo de sentimiento ni agradecimiento, empapo a conciencia mis papilas gustativas con el reconfortante té negro; tan fuerte, tan intenso…

 

Al terminar, deposito nuevamente la delicada taza esmaltada de finísima porcelana y decorada con gusto exquisito sobre la bandeja de plata, recordando, como no, que fue un regalo de mi primo lejano de Worcester; un distinguido Lord inglés… Dicha evocación, me hizo pensar, con pesar, si todavía yo tendría parientes vivos… Y, angustiada por aquella curiosidad tan macabra, quise resolver de inmediato dicho dilema ojeando la vieja libretilla secreta en la que, durante años, me tomé la molestia de escribir los nombres de todos mis familiares; directos, indirectos y olvidados, convirtiendo aquel largo inventario, en una dilatada lista la cual parecía no tener fin. «¿Cuántos quedarán…?», me preguntaba mientras miraba sorprendida una densa telaraña que permanecía estática en una esquina de la cortina. En aquel momento tuve el impulso de levantarme para poder sentarme frente al escritorio de nogal, pero dicha acción era totalmente impensable que yo pudiera realizarla en solitario debido a mi edad provecta. Naturalmente, precisaba de la ayuda de mi doncella; Leloup. Con gran impotencia, moví con tembloroso nerviosismo anciano la campanilla para llamarla, pero nada, ¡su entrada se eternizaba…! Entonces, se me ocurrió que, para acortar aquella desesperada espera, lo mejor sería gritar su nombre y, a pesar de que dicho hecho me parecía de una enorme vulgaridad, asumí con resignación, que, a veces, la vida te pone en situaciones extremas… Entonces, con gran rabia, llené mis pulmones de aire para poder vociferar aquel grito tan ordinario cuando, de repente, y de manera insolente, entró, cofia en mano, ella; la canosa y curvada doncella sostenida sobre dos famélicas piernecillas disculpándose por no haber acudido con mayor rapidez.  Su aspecto antediluviano me hizo reflexionar… «En Villa Leleu, todo es ya, tremendamente vetusto…»

Continuará…


Anna Val.