Pulpos Day (III)
– No quería asustarte Karen… Coincidimos hace ya algún tiempo en Santorini, en la galería de arte Thiria. Aquella exposición patrocinada por Filippos y en la que yo expuse algunos de mis cuadros. Fue él quien nos presentó, ¿recuerdas ahora?
Sus palabras ralentizaron mi ritmo cardíaco y un fuerte latigazo sacudió mi subconsciente, provocando que un recuerdo impreso a modo de fotografía cayera de mi mente de igual manera que cae una hoja seca de la rama de un árbol, evocando una época de mi vida, que, a pesar de estar muerta, se resistía a desaparecer.
– Lo siento, ahora mismo no lo recuerdo. Han pasado demasiados años, pero… me sorprende que me hayas reconocido.
– Hay personas y situaciones en la vida que jamás se olvidan… – esbozó una sonrisa calmada que apaciguó por un instante la tensión del momento -.
Y a pesar de que su rostro denotaba cierta preocupación, le dije:
– Cuando he visto tu cuerpo inclinado en el muro, di por hecho que ibas a lanzarte al vacío.
– ¡No!… Estoy muy preocupado por Eliàn, mi amigo. Él es escritor y está pasando por una profunda crisis de creatividad. Tiene tendencias suicidas…
Esta mañana, al llegar, debíamos dirigirnos directamente hacia el mirador, pero en un momento determinado y al mezclarnos entre la gente que había en las calles, le he perdido de vista. Entonces pensé, que se habría adelantado y que me estaría esperando aquí, por eso me alarmé cuando no le encontré. ¡Te juro que te estoy diciendo la verdad!… Comprendo que no me creas, es lo que le ocurre a todo el mundo cuando no invento nada…, ¡qué no me creen!
Karen…, es increíble que te esté contando todo esto y que ambos estemos aquí… – aquel ser con aspecto de adonis, transmitía una ruidosa verdad… MIEDO -.
Llegué a pensar, que Eliàn no era real y que sólo existía en la mente de Ezio.
Un amigo imaginario, un ser inventado por él para poder soportar la soledad que con desprecio la vida nos arroja con crueldad.
La brisa entristecida por aquel trágico relato, decidió abandonarnos por un largo rato y, golpeados por el fuerte calor, el bochorno nos empujó nuevamente hacia las calles de Capri, en busca de un curativo limoncello.
A lo largo de aquel pegajoso recorrido, Ezio me contó, a modo de esbozo, una pincelada de su actual vida.
Residía en París, concretamente en Monmartre y se cobijaba en una reducida buhardilla en la que vivía su creatividad de manera muy intensa. Además, tenía una peculiar relación con su casera, con la que siempre andaba a la gresca a causa de sus enfermizos celos.
Su padre, un armador griego afincado en Nueva York y convertido en su principal fuente de ingresos, le había enviado un ultimátum en forma de carta, en la que le advertía que diera por finalizada aquella vida de parásito…
Y así, sin más, llegamos a la anhelada y deseada Piazzetta.