Le château: Black and White (VI)

28/10/2021 Desactivado Por Anna Val

Ajena a mi presencia, Julie revoleteaba entre platos y cacerolas, revisando y controlando que todo aquel paraíso culinario cumpliera con su exigente misión: satisfacer los estómagos de sus honorables huéspedes.

Entretenida observando a escondidas la ajetreada actividad de aquella cocina, me sentí descubierta por una sorprendente reflexión… «Hay una verdad para cada caso, ¿no cree?»

La penetrante voz recorrió toda mi columna vertebral, derribando mis vertebras del mismo modo que se derriba una inestable hilera de fichas de dominó. Con el bello erizado y mi corazón espantado, me di la vuelta para averiguar quién era el siniestro humano que verbalizaba aquel razonamiento tan sonoro en medio de la oscuridad. Giré la cabeza con mucha precaución y me complació comprobar que se trataba de mi elegante y atractivo salvador el gentleman, que minutos antes remedió la trágica situación en la que yo me encontraba; quedar atrapada por la arrolladora presencia de Tosca Butafava

– ¿Cómo dice? –le pregunté para dar un poco más de intensidad al inesperado encuentro.

Entonces él, con una importante mirada acompañada de una sonrisa caída, alargó su mano para estrechar la mía.

Jacques Bernard, un placer.

Le correspondí apretando la suya sin decir nada. No quería que se marchara porque a lo largo de aquellos embarazosos segundos pude experimentar el oxidado placer de rozar la piel de un extraño, olvidándome, por un instante, de mi nombre, de quien era yo, y de lo que todo ello implicaba… Acariciaba la tentadora oportunidad de inventar una nueva identidad, pero esa bruma ilusoria se desvaneció cuando él añadió: «Odile Belline, novelista y dibujante».

Era obvio que me había reconocido, y a pesar de todo, seguí dudando, si debía asentir o decirle que se había confundido.

-Si… -le respondí en un halo de resignación.

 

Jacques Bernard seguía frente a mí de manera paciente, como si hubiese comprendido el verdadero significado de mi trémula respuesta, pues yo, que me creía la gran olvidada debido a que un día decidí evaporarme de este enajenado mundo creativo para no sucumbir en una irremediable locura, me sentencié, sin pretenderlo, en una extraña leyenda.

Poco a poco, nuestras manos fueron desacoplándose, y el torrente emocional que mi flujo sanguíneo sentía, empezó a tranquilizarse. Entonces, me centré en recordar la pregunta inicial que había desencadenado aquel momento tan perturbador y que me inspiró una espiritual respuesta.

-Estoy de acuerdo con usted. La verdad es tan poderosa que se eleva hasta el cielo…

Sorprendido, me cogió del brazo y me dijo:

-Permítame, me gustaría invitarla a cenar.

-Lo lamento, pero no podrá ser –le dije mientras miraba de manera obsesiva el interior de la cocina intentando idear algo que atrajera la atención de Julie.

Afortunadamente, uno de los cocineros le advirtió de mi presencia y rápidamente salió a mi encuentro.

-¡¡Odile, qué sorpresa!! ¿¡Cómo tú por aquí!?

-Pensé que ya era el momento de aceptar tu invitación. Pero no sé si ha sido una buena idea…

– ¿Por qué? – me preguntó muy extrañada.

-He tenido un pequeño incidente con tu peculiar recepcionista. Por lo visto le deben alterar los visitantes imprevistos…

Empezó a reírse. Entró en la cocina en busca de dos finas copas de cristal y una ardiente botella de Jurançon. Nos sentamos en el suelo como un par de adolescentes y brindamos por nosotras. Jacques Bernard ya no estaba, se fue sin decir nada.

Continuará…


Anna Val.