Le château: Black and White (I)

23/09/2021 Desactivado Por Anna Val

Últimamente parecía que mi apartamento iba reduciendo de tamaño a causa de mi enlutado aburrimiento. Aquellas cuatro paredes parecían realizar sibilinos e invisibles movimientos tácticos para acortar, mucho más, los precarios metros cuadrados en los que habitaba. Temiendo que, en cualquier momento, pudiera quedar aplastada y emparedada.

Para resolver aquella endemoniada situación, recurrí urgentemente, como una gata perturbada, al cajón de los documentos imposibles para desenterrar de sus entrañas todo el molesto papeleo que a lo largo del tiempo depositaba en su interior, y que a veces, en situaciones de extrema emergencia, como era el caso, me servía de distracción para intentar balancear la polvorilla que se agitaba en mi mente, albergando la esperanza de hallar en él, alguna idiotez que evitara que mi cabeza explotara. Pero aquella ranura de madera se resistía quisquillosamente a abrirse debido al enorme volumen de papeles que guardaba en sus profundidades, dificultando irritablemente su apertura.

 

Afortunadamente, y después de un largo tira y afloja, finalmente vencí, provocando que aquel desgraciado eclosionara un número indeterminado de cartas, folletos y papiros varios que se estrellaron contra el suelo.

Me senté y empecé a revolverlos, lanzándolos al aire causando una lluvia desorganizada de hojarasca, estampándose sobre mi cabeza una carta.

La cogí con extrañeza, con la misma extrañeza que se recibe una carta no esperada, y hambrienta de curiosidad por saber que ponía, ojeé con determinación aquel sobre de estética algo cursi. Al leer la parte posterior del sobre, supe que el remitente era un tal Sébastien. El cual, casualmente, se apellidaba igual que yo.

Aquel hecho me dejó un tanto confundida y seguí investigando, extrayendo con rudeza la hoja que guardaba aquel sobre sospechoso…

«Apreciada prima Odile, tengo el placer de comunicarte mi enlace matrimonial con mi prometida Marguerite Lanus. Dicho acto tendrá lugar el próximo día veinticinco de julio en los jardines de la Villa Russ, propiedad de la que será mi futura esposa y…».

Interrumpí de inmediato aquella loca lectura, pues aquel hombre que decía ser mi primo, y del que yo jamás había sabido de su existencia, me escribía con una siniestra familiaridad que me puso en guardia, llegando a pensar que sería obra de algún loco.

Concluí aquel asunto rompiendo la invitación que más bien parecía una provocación, fijándome, sin querer, que estaba fechada con dos años de anterioridad. Por lo tanto, especulé, que tal vez, ya se hubiera divorciado y rogaba para que aquel desequilibrado no me mandara ninguna otra carta para hacerme saber que su matrimonio había naufragado…

Seguí manoseando aquella montaña de palabras ensobradas cuando una recia tarjeta de pequeñas dimensiones se enredó entre mis dedos. Quise expulsarla con fuerza, pero parecía pegada de manera tozuda en mi mano.

No tuve más remedio que prestarle la atención que me estaba exigiendo, y con desagrado, intenté descifrar lo que en ella estaba escrito, pues la letra apenas era perceptible, dificultando enormemente que aquel breve texto pudiese ser leído.

No había prisa y me tomé mi tiempo, la guardé en el bolsillo de mi bata de satén y me levanté, pisoteando todo aquel boscaje de hojas, para servirme una copa de Armagnac.

Continuará…


Anna Val.