La ceguera de la tiniebla (I)

02/11/2023 Desactivado Por Anna Val

Pett Groc, un acaudalado crítico de cine, cruel y prepotente, navegaba por las extrañas aguas del Pacífico en su todopoderoso velero, desplegando, a los cuatro vientos, su grasienta opulencia. Pett gozaba de su mañana de crucero tendido sobre una hamaca en cubierta y fumando un tremendo habano sin apenas sospechar, que su vida estaba a punto de transmutar a causa de una amarga venganza. Sí, yo, Ilda Groso, estrella del cine mudo en los sobrenaturales años veinte…, ¡vengaría mi muerte! Aquel crítico de cine, barrigudo y cuellicorto, de ombligo abultado, y que, por piernas tenía un par de muñones, destruyó mi carrera cinematográfica y, en consecuencia, también mi vida al emborronar un miserable titular en la página central de un destacado periódico de larga tirada. Desprestigiaba de forma burlesca la estelar interpretación de mi última película: «Sombras al atardecer».

«Ilda Groso acabada. La estrella se estrella en su última película. Su rostro envejecido y poblado por cientos de arrugas dinamita cualquier buen guion».   

Cuando leí aquella porquería enloquecí… ¡Yo, el rostro felino más bello jamás engendrado y que, con una sola mirada era capaz de devorar a la cámara, no podía tolerar ser insultada por semejante excremento humano!  Mis nervios enloquecieron y pararon en seco mi corazón, llevándome, injusta e irremediablemente, hacia la muerte.

Inmediatamente después de mi fallecimiento vino la dama enlutada a buscarme, que, cogiéndome de la mano, intentaba tranquilizarme diciéndome que no pasaba nada. Ambas fuimos ascendiendo hacia el más allá, transitando por un elevado sendero de luz hasta llegar a un punto intermedio, donde un ser muy luminoso y con semblante bondadoso me esperaba. Allí nos detuvimos y ella se despidió, descendiendo, nuevamente, al terrenal mundo. Fue en ese momento cuando una idea golpeó mi cerebro… Miré fijamente a los ojos de aquel desconocido ente brillante, el cual me desveló en ese instante, que era mi guía de luz, y que, por lo tanto, él custodiaría mi ascenso.

«¿Ascenso…? No, no, ¡yo quería descender!», grité hacia mis adentros. No podía permitir que mi muerte quedara impune. ¡Pett Groc debía pagar por lo que me había hecho! Y entonces me puse en acción.

– ¿Me reconoce usted…?, le pregunté a mi resplandeciente acompañante.

Él, me miró esbozando una sonrisa y con voz angelical me respondió: -Por supuesto, es usted la bella actriz.

Entonces, abaniqué mis pestañas un instante provocando una leve brisa seductora, implorándole, entre falsas lágrimas cristalinas, que me otorgara algo de tiempo antes de realizar el ascenso final para poder ejecutar mi particular vendetta.

Continuará…


Anna Val.