Estado presente: invisible

23/10/2018 Desactivado Por Anna Val

– Esta mañana al despertar, he tomado una importante decisión: pasaría el día en la más absoluta invisibilidad.

De vez en cuando, decidir uno mismo ser invisible, es necesario para cuidar la salud mental.

Hoy, no serán los demás quienes decidan que yo no existo. Hoy soy yo, quien decide ser invisible.

Me he levantado de la cama, y al pasar por delante del espejo que reposa en el tocador, no me he visto reflejada.

Mis emociones han entrado en un estado muy alterado. Pero las he tranquilizado, recordándoles que yo hoy, soy invisible.

Me he aseado, maquillado y vestido de manera invisible, pues no me veía nada. He salido de casa dando un placentero paseo, recorriendo estrechas calles y pobladas avenidas. Comprobando con satisfacción que nadie me veía.

Al rato he pensado lo maravilloso que sería saborear un espumoso capuccino , y he puesto rumbo hacía el Café Nicola, ubicado en la lisboeta Praça Dom Pedro IV.

Al entrar, he recorrido el largo mostrador  para finalmente sentarme alrededor de una mesa.

No esperaba para nada ser atendida por el camarero. Pues yo, era invisible y él no podía verme.

Pero incomprensiblemente, he visto como éste se dirigía hacia mi mesa y me preguntaba que deseaba tomar.

Le he mirado de muy malas maneras, a la vez que le respondía:

– Es imposible que usted pueda verme, pues yo soy invisible. Pero ya que insiste en hacer ver que me ve, tráigame un capuccino. – Sus pupilas se dilataron de forma exagerada, tapando sus frondosas y gruesas cejas -.

Se dio media vuelta sin articular palabra, en busca de mi capuccino.

En segundos, vi entrar a un hombre alto, de pelo largo y nariz aguileña. Iba vestido de almirante.

Se sentó en mi mesa sin decir nada. Era obvio, pues yo, era invisible.

El camarero de regreso nuevamente para traer mi capuccino, advirtió a aquel hombre que la mesa estaba ya ocupada. El respondió:

– Discúlpeme, pero yo hoy, no veo a nadie. Aunque si le parece bien, puede traerme un capuccino. – Nuevamente el camarero se dio la vuelta con cara de espanto, y sin yo esperar que aquel tipo dijera nada más, hizo una breve y ruidosa presentación -.

– ¡Me llamo Manuel María Barbosa du Bocage! Soy marino, poeta y seductor. Afortunadamente hoy he decidido no ver nada. Ni tampoco verla a usted.

– ¡¡Qué bien!! – Le respondí-.

– ¡¡Pues brindemos por ello!!

 

Anna Val.