El Viaje de Ongas (XIII)
Marcharon en busca del Furgopez como cuatro bravos guerreros, portando sobre sus hombros el peso de la gran responsabilidad que suponía el éxito de aquella peligrosa misión, pues todas las esperanzas de encontrar al profesor Orma y a los pingüinos Ninos dependían de ellos.
Instalados ya en el Furgopez, Melindro tomó sus precauciones y se acurrucó en la bufanda de la abuela Wanda que Ongas llevaba enroscada alrededor del cuello, e iniciaron la travesía rumbo al norte.
Estaban a punto de llegar, cuando Murciélago oyó una leve y delicada melodía…
– ¿Habéis oído…?
– ¿Qué…? –dijo Ongas que estaba muy concentrado conduciendo el Furgopez.
– ¡La musiquilla! –gritó.
-Yo no he oído nada… -dijo Melindro asomando la cabeza.
Esta vez, la misteriosa sinfonía sonó algo más fuerte. Un destello de luz les deslumbró, provocando que el Furgopez chocara contra un voluminoso iceberg y, por culpa del gran impacto, Melindro salió disparado cayendo al agua y perdiendo el sentido…
Ixar no lo pensó y se lanzó a su rescate, pero Melindro no reaccionaba… Ongas, muy nervioso, apretó con su dedo el ombligo de Melindro y este empezó a escupir un chorrillo de agua por la boca… ¡Melindro había vuelto en sí! ¡Se había salvado!
Pasado el angustioso susto, y algo más aliviados, se percataron que estaban rodeados por un grupo de sirenas que solfeaban un armonioso cántico… ¡Eran las «Philosophy»!
Hechizados por la presencia de las bellas sirenas, no se dieron cuenta que ante ellos se alzaba majestuosa la pirámide de la gran luz. Y, entonces fue cuando de todo aquel grupo de bellas cantarinas apareció Reflejo para darles la bienvenida. Murciélago alzó los ojos y exclamó: -¡¡Ohhhh!! ¡¡La pirámide…!! Era lo más hermoso y luminoso que jamás habían visto y entrelazando sus manos con fuerza, recordaron las sabias palabras que habían leído en las páginas de Griego. Cerraron los ojos deseando reencontrarse con el profesor Orma y los pingüinos Ninos para darles un abrazo gigante, pues la poderosa y noble fuerza de la amistad abre todas las puertas. También la puerta de la pirámide, que se desplegó para que pudieran franquearla y acceder a su interior. ¡Allí estaba la ciudad perdida! ¡Allí se encontraban, sanos y salvos, los pingüinos Ninos y el profesor Orma que, al verles, corrió para fundirse en un abrazo con su fiel y gran amigo Ongas! |
El profesor, agradecido, les contó que había extraviado la brújula de navegación, y por este motivo había quedado atrapado, perdido al no saber que ruta debía seguir para regresar a la universidad. Entre todos ayudaron a transportar al Furgopez el abundante material de investigación que el profesor Orma había encontrado para sanar al enfermo sol, y poder remediar el exceso de calor que tanto daño estaba causando. De vuelta a la universidad Marina, Ongas le entregó a su amigo Orma el frasco de perfume que había comprado a las hermanas Mimmy, y este, muy contento, lo guardó como si se tratara de un gran tesoro. Al llegar a la universidad fueron aclamados entre vítores y aplausos, pues habían conseguido su propósito… ¡CONFIAR EN QUE TODO SE PUEDE LOGRAR! |