El Viaje de Ongas (X)
A la mañana siguiente, se marcharon de la casa de los Aras agradeciéndoles su amable hospitalidad. Se subieron impacientes al Furgopez pero llenos de confianza, sabiendo perfectamente lo que debían hacer.
Con valentía y coraje, recorrieron las peligrosas corrientes marinas esquivando en todo momento las amenazadoras placas de hielo que iban encontrando por el camino y que, a causa de su gran tamaño, les dificultaban la navegación, pero gracias a la gran astucia del Furgopez que las sorteaba con gran éxito, evitaron quedar atrapados entre ellas. A pesar de lo temerario que resultaba navegar por aquel turbulento fondo marino, su esfuerzo y gallardía dio sus frutos cuando encontraron unos pequeños icebergs y no tardaron en adivinar que… ¡ya habían llegado a su destino final! ¡Los glaciares de los pingüinos Ninos! Salieron a la superficie muy satisfechos abrazándose entre ellos entre risas y un gran alboroto, pero aquella felicidad que sentían pronto desapareció cuando notaron, con gran desagrado, que la temperatura exterior era muy potente a pesar de estar rodeados de grandes glaciares. Aquello les puso en alerta, pues no era normal ese extraño calor. Algo estaba ocurriendo, el sol parecía estar enfadado, sus rayos se habían convertido en largos látigos que azotaban, con dureza, contundentes golpes de calor. |
A lo lejos, Ongas divisó un gran edificio que se alzaba entre los gigantescos bloques de hielo. ¡Era la Universidad Marina!
Corrieron hacía ella, y al llegar a la puerta principal, pudieron comprobar muy consternados que, efectivamente, estaba cerrada y, aparentemente, parecía que no había nadie.
Intrigado, Ongas miró a través de los grandes ventanales… ¡No podía creer lo que veía! ¡Un gran número de pulgas de nieve estaban en el interior!
-¡¡Está lleno de pulgas!! –gritó.
– ¿Y qué hacen? –preguntó alarmado Murciélago.
-Parece que están reunidas… -susurró Ongas.
De repente, se vieron sorprendidos por una extraña y aflautada voz que les dijo:
– ¡Hola! ¿Quiénes sois…?
-¡¡Ay!! –gritó Ongas algo dolorido porque alguien le había pellizcado su nariz.
-¡¡Hola…!! ¡Ahora me ves…! – volvió a decir la vocecilla. Y, en ese instante, Ongas empezó a sentir un extraño cosquilleo en la nariz. Entonces, para averiguar qué le provocaba aquel molesto picor, juntó sus ojos para mirarse la nariz y vio encima de ella a una pequeña pulguilla.
– ¡Hola…! Soy Melindro, ¡quién eres tú? –le pregunto la pulga.
– ¡Ah! ¡Eh! ¡Oh! –balbuceaba Ongas muy desconcertado- Soy Ongas…, amigo del profesor Orma –le contestó.
– ¡El científico! –gritó Melindro –¡Estamos muy preocupados porque hace una semana que se marchó a una expedición y no hemos vuelto a saber de él…! – ¡Mentira! –exclamó Murciélago –¡Las noticias dicen que vosotras, las pulgas de nieve, habéis invadido la Universidad Marina provocando su cierre y, además, por vuestra culpa, los pingüinos Ninos se han tenido que marchar! –le increpó Murciélago. – ¡No, no es verdad! ¿¡Por qué tenemos que ser nosotras las culpables de lo que ocurra!? ¡Las noticias no siempre dicen la verdad…! –replicó Melindro muy enojada. -Entonces, ¿qué ha ocurrido? –le preguntó Ongas. -Desde hace algún tiempo estamos sufriendo un extraño calentamiento que está destruyendo nuestro entorno y afecta a nuestra salud… ¡Estamos enfermando! Pero gracias a la generosidad del profesor Orma, que se ha preocupado por nosotras, nos ha refugiado en la universidad para salvarnos de este dañino calor. -¡¡Vaya…!! –exclamó Murciélago. |
-El profesor estaba trabajando en un importante proyecto, y descubrió que «La ciudad perdida» se encontraba a dos glaciares al norte de la universidad, entonces decidió emprender una expedición arqueológica para hallar alguna respuesta que pudiera solucionar este grave problema, llevándose con él a los pingüinos Ninos para que le ayudaran, y desde entonces, no los hemos vuelto a ver…
-Lo lamento… Discúlpame por lo que te dije… -le dijo Murciélago avergonzado.
-Gracias… -balbuceó Melindro con carita triste.
– ¡Os ayudaremos! –exclamó Ongas – ¡Entremos! –añadió.
La presencia de Murciélago, Ixar y Ongas revolucionó al grupo de pulgas.
– ¡Silencio! –gritó Melindro que se encontraba de pie encima de la nariz de Ongas.
– ¡Escuchad! Son amigos del profesor Orma –les comunicó.
Las pulgas les miraron embobadas y empezaron a hablar todas a la vez. A Murciélago se le hacía francamente muy difícil distinguir quien le preguntaba entre todas aquellas voces chillonas.
-¡¡Silencio!! Si hablamos todas a la vez, no nos entenderemos. Dejemos que los amigos del profesor, nos expliquen… –les regañó Melindro.
Las pulgas obedecieron a Melindro sin rechistar y se sentaron en orden alrededor de Ongas, Murciélago e Ixar.
– ¡Hola…! Me llamo Ongas.
-Hola, Ongas… -le respondieron.
-Veréis… -empezó a decir Ongas- Nos llegó la noticia que la Universidad Marina había cerrado por culpa de una plaga de pulgas de nieve…
-¡¡Uhhhhh…!! –protestaron ellas interrumpiendo a Ongas.
-Calma… Melindro nos ha contado que el profesor Orma ha ido a explorar «La ciudad perdida» y los pingüinos Ninos les han acompañado –las tranquilizó.
Y en ese instante hizo su entrada un gran oso polar.