El Viaje de Ongas (II)
Ongas recordó todo cuanto le había dicho el pez manta y se adentró por un estrecho y oscuro camino que había entre las rocas, avanzó poco a poco, y algo temeroso, cuando vio un delicado brillo, se dirigió hacia él y a medida que iba acercándose, aquella débil luz se volvió mucho más intensa y todo el callejón se iluminó de un potente color azul.
Sorprendido y deslumbrado, a Ongas le llamó la atención un enorme letrero de perlas blancas en el que podía leerse: «TABERNA BRAQUI».
– ¡Qué bien! –pensó.
Rápidamente aparcó el Furgopez en la parte trasera del establecimiento, donde se encontraba el «APARCA FURGOPECES DE LAS GAMBAS ROSADAS».
Las Gambas Rosadas se encargaban de cuidar y limpiar a todos los Furgopeces.
Entonces, cogió su maleta y entró en la taberna que estaba muy concurrida y quedó asombrado al ver que había una gran variedad de extraños peces armando mucho alboroto. ¡¡Eran los Lam!! ¡Antiguos piratas que tenían la cabeza de hojalata!
– ¡¿Qué haces por aquí?! –le gritó el pez Braqui. Asustado, Ongas le contesto: – ¡Oh!, me gustaría pasar la noche, ¿tienen habitación? -¡¡Claro!! –le respondió con voz grave y mirándole muy fijamente. – ¿Cuánto cuesta la habitación? –le preguntó Ongas un poco aturdido. – ¡Ah!, ¡un mejillón! –exclamó con una brabucona sonrisa. -Bueno… está bien… – dijo Ongas. El pez Braqui le indicó a Boquerón que acompañara a Ongas a su habitación. Ongas siguió a Boquerón y este le llevó por un pasadizo donde colgaba un enorme reloj en la pared. Boquerón giró las manecillas del reloj indicando las tres y se abrió una pequeña puerta… ¡Era la habitación número tres! No era ni muy grande ni muy confortable, pero al menos estaría a salvo de la tormenta nocturna. |
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Tenía una pequeña cama un poco estrecha, pero con un cómodo colchón relleno de escamas de merluza. También, había un pequeño espejo en forma de lata de sardinas y, junto a él, una lamparilla con una bombilla rellena de huevas de salmón. De repente la tripa de Ongas empezó a protestar porque tenía mucha hambre y le preguntó a Boquerón si podía cenar. – ¡Claro! Pero debes darte prisa –le advirtió. Dejó su maleta sobre la cama, y se apresuraron a regresar al comedor donde Ongas se sentó en una pequeña mesita de madera que estaba en una esquina junto a la cocina y le preguntó a Boquerón qué podía comer. – ¡Oh!, pues…, espagueti de algas con tinta de calamar, o… ¡tinta de clamar con espagueti de algas! Ongas se quedó algo pensativo y, finalmente, optó por la primera opción: ¡espagueti de algas con tinta de clamar!
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Mientras esperaba que le sirvieran la cena no pudo evitar escuchar como los ruidosos Lam contaban que una vez lucharon contra un feroz pulpo que tenía cuarenta patas, dos enormes ojos que apenas le cabían en la cabeza y… ¡un enorme y afilado diente!
-¡¡Era el pulpo más fiero que jamás habíamos visto!! –gritaban los muy fanfarrones.
-¡¡Caramba…!! –dijeron los demás peces.
Ellos siguieron relatando como el peligroso pulpo los agarró y quedaron atrapados entre sus largas patas, sin poder moverse y, justo cuando iba a comérselos, ellos empezaron a silbar. El pulpo, hechizado por la melodía, empezó a bailar y de esta forma pudieron escapar.