El soterrado diario de Niní (X)

11/12/2020 Desactivado Por Anna Val

Terminé aquella íntima y sorprendente lectura cerrando los ojos con una gran sonrisa. Colocando cada palabra leída, nuevamente, en el interior de aquel frágil diario que quedó encerrado en aquel cuadro.

Miré embelesada aquellas cuatro paredes que me rodeaban, parecían complacidas de que yo estuviera allí y…, entonces, del interior de aquellos viejos muros apareció una gran neblina perfumada vestida con una delicada y suave tela de seda que me envolvió, transportándome hacia las entrañas del agitado mundo creativo en el que quedé atrapada en un deleite orgásmico cuando en lo más profundo de mi mente empezaron a germinar con fuerza las ideas necesarias para ser desarrolladas en montones de papeles vacíos en los que florecería una enigmática historia que se convertiría en mi nueva novela, cumpliendo así, afortunadamente, con el amenazador plazo impuesto por mi editora: «Rita la mártir».

Excitada por todo lo que me había ocurrido y rebosante de alegría al saborear el placer del trabajo acabado, comprendí, sin ninguna duda, que yo pertenecía a aquel lugar, a aquella maravillosa y enigmática buhardilla destartalada a la que jamás abandonaría. Me recluiría en ella como un sabio y excéntrico ermitaño y la volvería a convertir en lo que un día fue, un elegante y selecto hogar.

Me dispuse a recoger todo aquel montón de hojarasca escrita que cubría el enmoquetado suelo con el propósito de dirigirme al despacho de «la mártir», y lanzarle sobre la cabeza lo que ella creyó que yo jamás haría…, ¡cumplir con sus apretadas exigencias! Pero antes pasaría por casa de Teté, la anciana amiga de Niní, para entregarle aquel tesoro: «el diario soterrado», pues era justo que fuese ella, Teté, quien lo custodiara.

Ataviada con todos aquellos papeles y con el frágil cuadernillo resguardado en uno de mis bolsillos, golpeé tímidamente la puerta. La tardanza en abrir me puso nerviosa y volví a insistir, esta vez con mucha más fuerza. Fue tanta la pasión que le dediqué a aquellos intermitentes golpecillos que mis nudillos quedaron enrojecidos. A pesar de todo, aquel doloroso sacrificio físico dio resultado y la puerta se abrió. Yo enmudecí, al ver, delante de mí a un hombre corpulento de larga melena y barba salvaje, ataviado con una inacabable túnica blanca decorada con unas sospechosas manchas amarillas…

– ¿Teté?… –susurré.

– ¡No! ¡¡André!! –me ladró.

«Pero… ¿me habría confundido?… ¡Imposible, era la puerta de enfrente!», pensé.

E impulsada por un extraño movimiento, comencé a dar unos ligeros y ridículos saltitos con la intención de visualizar el interior del aquel apartamento para poder averiguar que escondía en su interior… cuando…  orquestando un gran impacto y sin previo aviso, ¡la puerta se cerró!

Mi mente entró en pánico al pensar, que tal vez, aquel bohemio gigante fuese un secuestrador y… ¡tuviese retenida a Teté!

Descendí con ansiosa rapidez los locos peldaños de aquella vieja escalera con el firme propósito de advertir a la desarreglada portera de lo que allí sucedía y, en el frenesí de mi descenso, avisté el hondo hueco del asesino ascensor, comprendiendo la trágica causa por la que hacía tantos años que estaba en desuso. Entonces, sudorosa, aminoré la marcha por si acaso.

Por fin, tropecé con ella, que, cigarrillo en mano, estaba limpiando con un enmohecido trapo agujereado los cristales de una ventana.

Giró la cabeza y me pregunto:

-Oui madame?

-¡¡Hay un grueso raptor en casa de Teté y tal vez la tenga secuestrada!! ¡¿Comprende?! –le grité desesperada.

-No –contestó impasible mientras exhalaba el humo de aquel cigarrillo impactando en toda mi cara como una bofetada.

-¡¡Qué hace, estúpida!! –aquel grito la puso en alerta.

– ¡Intento explicarle que acabo de comprobar que, en casa de mi vecina, la anciana Teté, hay un hombre sospechoso…!, ¡¡amenazador!!  ¡¡Debe llamar a los gendarmes!! ¡¿Comprende ahora lo que le digo?! –pero su respuesta para mi desesperación fue la misma:

-No.

Entonces la cogí del brazo, arrastrándola escalinata hacia arriba, arriesgando mi propia vida en aquel inestable ascenso, hasta llegar al cuarto piso. Jadeante, empecé a aporrear la puerta con las dos manos y, nuevamente apareció el voluminoso Goliat mirándonos de muy malas maneras. Sin previo aviso, ella, la portera, empezó a gritar:

– ¡Pardon monsieur, está loca! ¡¡Loca!!

Nuevamente la puerta se cerró dando un gran impacto y la descerebrada mujer huyó a toda velocidad por aquella empinada y larga escalerilla. Pero yo, mucho más astuta, me deslicé por la barandilla para ganarle aquella carrerilla.

Una vez pisamos suelo seguro la zarandeé para que escupiera todo aquello que ocultaba y me dijera de una vez por todas, ¡dónde ocultaban a Teté! Pues seguro que ella era cómplice de algo… De lo que fuera, pero era cómplice…

No tuve más remedio que abofetearla para que sus nervios se tranquilizaran y entonces, con la voz entrecortada y encendiendo temblorosa varios cigarrillos a la vez, me contó que hacía muchos años, en aquel apartamento vivía una bailarina que trabajaba en el «Moulin Rouge». No recordaba su nombre, pero… hacía muchos años, también, que había fallecido y que actualmente ocupaba aquella vivienda un reputado escultor llamado André.

– ¡Usted, con tal de llevarme la contraria es capaz de inventar cualquier cosa! –le respondí.

Me di media vuelta con la intención de salir al exterior y dejar para más tarde aquel asunto, tropezando, sin querer, con un refinado y elegante caballero de muy avanzada edad. Todo un dandi, el cual, de manera exquisita se disculpó mirándome sorprendido.

– ¡Oh! Le ruego me disculpe mademoiselle. Me llamo Armand, a sus pies. Pero… no, no puede ser…   Es usted tan bella que… por un momento… me ha recordado a… a…

– ¡¿Nini?! – le besé delicadamente la mejilla, sonreí y me fui.

FIN


Anna Val.