El soterrado diario de Niní (VI)

13/11/2020 Desactivado Por Anna Val

 

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«París, 8 de noviembre de 1950.

Estúpido diario:

Desde que te contraté como apresador de días complicados en los que caligrafío en tus insensibles páginas mis dolorosas vivencias para que éstas queden soterradas en el olvido más profundo y alivien mi presente, compruebo con estupor…, ¡que de nada me sirves! En consecuencia, arranco con fuerza todas tus hojas para que queden destruidas para siempre. ¡Todas…!, excepto las que escribiré en el día de hoy, deseando que dicha historia ¡te martirice por un tiempo ilimitado!

Una vez más, la antipática pareja formada por Don infortunio y Doña adversidad, me han despertado esta mañana con el insistente sonido de un «¡¡ring, ring, ring!!», producido a causa de una llamada telefónica. Al descolgar el auricular, un turbador saludo hacía presagiar que el día se convertiría en una trágica trampa de veinticuatro horas…

Aquella voz de extraño acento me llamaba para preguntarme si yo era Niní. Pensé, que tal vez, fuese un borracho, pues nadie en su sano juicio llama a alguien para preguntarle si a quien llama es, en realidad, a quien quiere llamar…

Le contesté con una estruendosa afirmación, quedando a la espera de una respuesta por su parte, pero para mí desesperación, se produjo un silencio prolongado.

 Entonces le lancé un afilado «¡¡¿Con quién hablo?!!», para que aquella presencia del otro lado se manifestara. Su indecisión ¡me estaba provocando una terrible jaqueca!

Pasados unos agónicos minutos, un tímido y confuso murmullo dijo ser Titiescu, el autor, y además preguntó si le recordaba. Alarmada y sin tener la más remota idea de quien se trataba, miré con mucha confusión aquel aparato telefónico.

– ¡¿Titi…qué?! –le grité.

Pero lejos de aclarar nada, todo se enmarañaba mucho más a causa de la insistencia enfermiza, por su parte, por averiguar si yo había caído en la cuenta de quien se trataba. Naturalmente, a él, no le importaba cómo andaba yo de memoria y me impuse con un contundente «¡Por supuesto que le recuerdo!», albergando la esperanza de que cogiera impulso y saliéramos de aquel disparatado atolladero.

El azar, esta vez, quiso ponerse de mi lado y aquella extraña sicofonía por fin confeso el motivo de su llamada.  Me contó que acababa de regresar de Berlín y que quedaría muy complacido si yo aceptase la invitación de ir a visitarle para que él pudiese mostrarme su última novela y saber mi opinión.

-¡¡Oportunista garrapatoso!! –pensé. Todos llaman para pedir algo, lo que sea… ¡pero llaman!

Aquella mañana no tenía nada que hacer, pero tampoco le importaba saberlo y me hice de rogar con un extenso «Hmm…, está bien Tifiescu» e intenté preguntarle cuál era su dirección cuando me interrumpió para aclararme que él no se llamaba Tifiescu, sino Titiescu, a lo que yo le respondí «está bien Tatiescu», pero nuevamente volvió a rectificarme y mis nervios andaban ya muy acelerados…

-¡¡Cállese, Rediescu y deme su dirección!! –le chillé.»

Continuará…


Anna Val.