El soterrado diario de Niní (V)
Finalizado aquel torrente intenso de palabras transformadas en un estrambótico relato cuyo pasado parecía ser un explosivo y emergente presente, el silencio penetró como un fuerte afluente dentro de nuestras mentes, acompañándonos en un intenso y agudo mutismo que me ayudó, en cierto modo, a digerir sigilosamente aquella historia.
Ella me miró con mucha serenidad, la que otorga la veteranía con la edad. Ocultando en un recóndito lugar de su ser que, tal vez, quien sabe, todo puede ser, una extraña y paralela conexión entre aquella vida pasada y otra que nacía de repente.
Se levantó, y como si ya me conociese de toda una vida, se despidió realizándome una última rogatoria:
– ¡Escriba, Clottet!… Escriba…
Intenté retenerla un poco más preguntándole cuál era su nombre, a lo que ella me contestó con una agónica sonrisa:
– Teté, me llamo Teté y no es necesario que me acompañe, conozco el camino. Voy a la puerta de enfrente.
– Transformada en una esbelta bailarina y entonando con fuerza «La Marsellesa» empezó a recorrer con firmeza a «pas de bourrée couru» la corta distancia que separaba ambas buhardillas, despareciendo tan inesperadamente como apareció.
Me quedé nuevamente a solas, postrada en el suelo y rodeada de aquellas cuatro paredes que parecían hablar entre ellas, sujetando naturalmente, el retrato de Niní.
Lo examiné de manera más exhaustiva, cuando de repente noté un pequeño abultamiento en la parte posterior del mismo. Excitada le di rápidamente la vuelta, comprobando que en el interior del propio marco algo se ocultaba. Sin perder más tiempo, rompí con suma facilidad aquella frágil madera, sorprendiéndome gratamente, la tímida aparición de un pequeño y antiguo librito que fue escurriéndose lentamente hasta caer al suelo, desafiando nuevamente mi insaciable curiosidad.
Lo recogí con mucho cuidado para no dañarlo, con el mimo que merece el hallazgo de un tesoro, pues advertí, con gran satisfacción, que aquel cuadernillo era, en realidad, ¡el diario de Niní!
Con las manos temblorosas a causa de mi agitación nerviosa, me levanté de un brinco acercándome a la vieja lamparilla que todavía, milagrosamente, alumbraba. Acariciando aquellas escasas páginas de color pajizo que el paso del tiempo se entretuvo en colorear, me dispuse a saborear aquellas encadenadas letras que formaban una larga narración.