El soterrado diario de Niní (IX)

04/12/2020 Desactivado Por Anna Val

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«Presentí que habría una fuerte tormenta emocional, cuando mis astutos ojos, convertidos en un par de enormes monóculos, atraparon en mi campo visual de repente y sin avisar a aquel par de desgraciados, provocándoles una gran ceguera.

Me ocupé primero del rechoncho grano blanco que parecía sorprendido al ser observado, pero lejos de inquietarse, adquirió una actitud chulesca y provocadora. Le desafié realizando unos grotescos movimientos faciales, mientras que, a la izquierda, su compañera, la voluminosa verruga que andaba algo despistada sin saber muy bien que es lo que pasaba, comenzó a enfurecerse de mala manera. Su riego sanguíneo se aceleró, y pasó de verruga vulgar a verruga seborreica.

Entonces aquel hombrecillo de narración única, ignorando lo que realmente ocurría, lanzó un nuevo comentario, tal vez se sintiera amenazado…

-Si le pone nerviosa mi novela lo posponemos para otra ocasión…

-¡¡Continúe, Ñeñescu!! –le chillé con gran irritación.

-Sí, sí… Prosigo, prosigo… -me respondió algo espantado.

Recuperado nuevamente el control de la situación, rápidamente dirigí mi atención hacia aquella ancha frente.

¡Allí seguían! Esta vez cuchicheaban entre ellos. Aquello me enfureció de manera sobrenatural, provocando que la tensión subiera de temperatura y, entonces, fue cuando les escupí un insulto: -¡¡Degenerados!!

Sintiéndose otra vez aludido, el ridículo hombrecillo nuevamente volvió a interferir…

-Pero… Niní… Mis protagonistas son solo dos ancianos que quieren vivir su amor lejos de los prejuicios sociales… -balbuceó todo decepcionado.

Sin poderlo remediar la exasperación hizo acto de presencia, y le ahondé un majestuoso puñetazo en toda la frente para acabar con él y con los dos usurpadores que llevaba incrustados en aquella plana superficie craneal, organizándose un gran revuelo entre mis invitados, a la vez que, aquel anómalo ser emitía unos extraños gritos parecidos a unos estridentes aullidos. La estancia se convirtió en una improvisada batalla campal.

Afortunadamente, Armand, mi amante ocasional, acompañó elegantemente hacia la puerta de salida al asustadizo autor que no paraba de gesticular alocadamente mientras decía:

-¡¡No pretendía ofenderla!! ¡¡Discúlpeme!!

Pero mi gentleman, como buen amante, falsamente le prometió que yo me ocuparía de representarle y que de nada debía preocuparse. Aquella puerta se cerró y la fiesta continuó.

Me sumergí entre las burbujas de una elegante copa de Champagne, entregándome, como no podía ser de otra manera, a los exquisitos deleites carnales…».

Continuará…


Anna Val.