El soterrado diario de Niní (II)
Me mantuve estática durante un largo rato en el centro de aquella estancia, preguntándome si todo aquello que mis ojos contemplaban, era, en verdad, una sólida realidad.
Poco a poco, mi mente iba digiriendo aquella pesadilla de nuevo hogar, e intentaba tranquilizarme, pensando que transcurridas aquellas tres semanas de plazo a las que me veía empujada para escribir un nuevo manuscrito, lo único que recordaría sería un lugar al que no debería volver jamás…
La ventana quedaba tapada por unas largas y pesadas cortinas. Tal vez querían ocultar un trágico panorama. Me acerqué con la intención de descorrer aquella vieja tela y, armándome de valor, tiré con fuerza de ella.
A causa de mi enérgico tirón, aquel anciano telón quedó desgarrado por la mitad. Provocando que un batallón de uniformados ácaros, ocultos dentro de una oscura nube, cayeran sobre mí.
Enredada entre aquella cortina, mientras era atacada salvajemente por aquella tropa de parásitos, mi equilibrio se vio afectado, ocasionando que cayera desplomada de manera ruidosa contra el suelo.
Luché intensamente para poder liberarme de aquel tejido, a la vez que mis brazos se agitaban con fuerza para espantar a los invisibles bichos. Finalmente gané aquella batalla, exhausta y con un ataque de tos. Tendida sobre la enmoquetada superficie y sin prisa por levantarme, esperé que mi corazón fuera sosegándose poco a poco.
De repente y sin avisar, una cosa se interpuso en medio de mi campo de visión… Era algo pequeño, negro y marrón.
Fijé intensamente mi mirada hacia lo que parecía ser una… ¡cucaracha! Ella, allí parada, moviendo alegremente sus antenitas, ¡me observaba!
Entonces el pánico se apoderó de mí y empecé a gritar dedicándole un contundente insulto:
-¡¡Gorrina!! ¡¡Gorrina!! – el pequeño animal se alejó raudo y veloz -.
Pasados unos breves minutos llamaron a la puerta.
Pensé que tal vez se tratara de algún inquilino que, al oír mis gritos, acudiera en mi auxilio. Pero… no… Sorprendentemente se trataba de la portera que, mirándome con cara de asombro, me preguntó:
– ¿Qué quiere, madame?
– ¡¿Eh?! – le respondí -.
Pero ella volvió a insistir:
– ¿Qué quiere, madame? ¡Usted me ha llamado! – no daba crédito…-
– Pero… ¡¿qué dice?! – le grité -.
Por un momento pensé, que tal vez fuese la cucaracha huida…
-Madame, la escuché gritar y me pareció entender que me llamaba – ¡debía zanjar de una vez aquella absurda conversación! –
-No, no… He tropezado, eso es todo… – ¡fuera de me vista, Madame Cafard! – pensé.
Alzó pasivamente los hombros exhalando un profundo suspiro, dio media vuelta mientras se rascaba la nalga izquierda y descendió las escaleras para regresar al sótano…