El galés
Cuando la intensidad de la luz entra en calma, el ruidoso recuerdo de lo ya olvidado, golpea con fuerza feroz. Sacude y arrastra de nuevo el dolor y, en la deslumbrante oscuridad de la noche, su alargada sombra se refleja en el mudo océano.
Despojado de sí mismo, allí estaba él, sorprendiendo al propio destino. Regresó y sin avisar.
Él era él. Él era el galés.
La brisa atormentada golpeaba con fuerza las duras rocas del acantilado, a la vez que preguntaba:
– ¿Para qué has vuelto galés?
Él cerró los ojos esbozando una dolorosa sonrisa. Su respuesta fue un sonoro silencio. Pero la brisa se volvió insistente y volvió a preguntar.
– ¿Para qué has vuelto galés?
Esta vez el eco respondió con un grito aterrador.
– ¡¡Enid!!
Gwenhwyfar, la hechicera blanca, abrazó con su cálida luz al cansado espíritu del galés, a la vez que le susurraba:
– Ya no te pertenece, ella voló libre en busca de Haul. Cariad les unió, transformándolos en Tasim. Alza tus ojos hacia el firmamento y verás el brillo de Seren. Debes regresar otra vez a las profundidades del mar. Tu tormento y tu alma tienen dueño. Meredith jamás te dejará escapar. ¡Eres prisionero galés! Tu condena es la eternidad.
El galés se arrojó de nuevo al mar.