Comparativas Incomparables (III)
Aquel hombre normal, nada refinado y preocupado en exceso por mi estado de salud, provocó que, en un momento determinado, sintiera una clara claustrofobia hacia él. Me sentía igual que una presa herida intentando escapar de una situación que me mantenía acorralada en contra de mi voluntad y, para distraerle de la exagerada angustia que sentía hacia mi persona, le señalé con bastante nerviosismo el profundo despeñadero en el que se encontraban los restos del scooter.
– ¡Vaya…! ¡Qué suerte has tenido! –exclamó mientras contemplaba desde el filo del barranco las piezas destrozadas de la motocicleta que permanecían esparcidas por la empinada ladera, muertas…Entonces, quiso tranquilizarme diciéndome que no me preocupara por nada pues él conocía al dueño de la tienda de motocicletas y aquello se resolvería sin mayor problema. Sinceramente, me sentí aliviada por aquellas palabras, pero insistió en acompañarme a un centro médico para que pudieran curar mis contusiones, algo a lo que me negué en rotundo tras agradecerle, una vez más, la ayuda prestada, ya que lo único que yo quería era anegar mis desgarradas grietas en la piel sumergiéndoles en las curativas aguas del mar Egeo. Por lo tanto, me despedí de mi anónimo acompañante y me dirigí con paso magullado hacia una pequeña cala que se hallaba enterrada entre dos magnas paredes rocosas. Bajé con mucha dificultad por el pequeño caminito que daba acceso a la solitaria cala de aguas de color turquesa y arenas blancas, avanzando poco a poco y con mucha precaución, pues era el dolor el que marcaba el ritmo de mi descenso. Una vez alcanzado mi objetivo, me acerqué algo encogida hacia la orilla y, después de despojarme de mi ropa, observé como unas extrañas algas ondeaban sobre las párvulas olas de espuma blanca que la corriente marina agitaba con cuidado. |
|
Parecía un exótico jardín marino y pensé que tanta belleza calmaría el tormento que mi cuerpo sentía a causa de mi accidente. No lo pensé dos veces y me zambullí en aquel espectacular océano hundiéndome en él. Pero, de repente, aquellas inocentes hierbecillas marinas comenzaron a atacarme sin piedad lanzando toda su furia sobre mí en forma de graves picotazos. Comprendí, rápidamente, que aquella vegetación, aparentemente inofensiva, en realidad, se trataba de un enorme manto de medusas asesinas. Tuve la sensación de haberme enredado entre la cabeza de la diosa Medusa y que los tentáculos que poblaban su cabeza, monstruosas serpientes, acribillaban a mordiscos toda mi anatomía.
Lo siguiente que recuerdo fue que una pequeña embarcación turística que, casualmente, también pasaba por allí, me recogió y me trasladó a un pequeño hospital de la isla en el que pasé el resto de mis vacaciones…
Tras aquella traumática experiencia, pasaron unos cuantos años antes no regresara a la divina y maravillosa Grecia, pero esa es, otra historia…