Carta a Oscar
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Mi querido y estimado Óscar,
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Te escribo estas líneas, para comunicarte algo que tú ya sabes. La literatura es muy peligrosa, ayer casi me mata.
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Me disponía como otro día más, a escribir mi artículo semanal para el periódico. Lo tenía todo dispuesto, cuando de forma instintiva dirigí mi mano por encima del escritorio deslizando mis dedos en busca de Loui.
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Estuve palpando un rato aquella superficie plana sin éxito. ¡Loui no estaba!
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Sabes muy bien, mi querido Óscar, que esa posibilidad no es factible. ¡Mi fiel Loui! Yo sin él no soy nada…
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Entré en pánico y de forma desesperada, rastreé mi caótica buhardilla en busca de Loui.
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Transcurrieron treinta angustiosos minutos. Sin rastro de él.
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Me escondí debajo de la mesa, ¡debía pensar! ¿Qué hacer? ¿Llamar a la policía? No era una buena opción, tardarían demasiado y yo no disponía de tiempo.
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De forma inmediata vino a mí la solución: ¡Madame Flo!
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Salí de forma precipitada a la calle y con paso exageradamente veloz fui a La Maison de Madame Flo.
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Con estado taquicárdico, subí los tres escalones que separaban la acera de la puerta de La Maison, y con la mano temblorosa, hice sonar la campanilla.
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Al rato, la puerta se abrió. Era su asistente, Gato. Estaba más negro que de costumbre.
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Me indicó que entrara, acompañándome a la sala de espera. Me senté fijándome en el asistente de Madame Flo mientras éste se alejaba. Pensé que Gato había menguado desde la última vez que le vi.
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Esperé bastante y ello no beneficiaba para nada mi alterado estado. Finalmente hizo su entrada de forma magistral ella, Madame Flo. Vidente.
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– Querida me alegro de verla nuevamente. Pase, por favor y tome asiento.
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Nos sentamos alrededor de la mesa camilla. Yo me enredé con el tapete y casi me caigo.
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– Y dígame, ¿qué le perturba?
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Quedé un tanto confusa ante aquella pregunta de Madame Flo. Ser vidente, es poder ver lo evidente.
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– Madame, ¡Loui ha desaparecido!
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– Tranquila querida, ¿quién es Loui?
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Otra vez quedé desconcertada. Tal vez, Madame Flo tuviese alguna interferencia.
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– Mi rotulador de tinta china. ¡Sin él yo no soy nada! ¡¡Mi vida y mi existencia se paralizan!!
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– Y ¿ha buscado de forma correcta? Tal vez, Loui sea algo travieso y le guste esconderse.
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– ¡¡Por supuesto que le he buscado!! ¡Y sepa Madame, que a Loui, no le gustan nada ese tipo de juegos! ¡¡Nada!!
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– Tranquila querida, ¿tiene alguna fotografía de él?
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Madame Flo había perdido poderes, ya no veía nada…
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– Pues… no sé…
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Busqué en mi bolso y no creerás lo que ocurrió, mi querido Óscar, ¡Loui estaba dentro de él!
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Me levanté y salí corriendo, dejando con cara de espanto a Madame Flo.
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Al cruzar la calle y con nerviosismo por haber recuperado a Loui , ¡tropecé con un adoquín golpeándome contra una farola y rompiéndome un diente! Caí al suelo siendo atropellada por un carrito de bebe, el cual era conducido por la propia ¡Reina Victoria! Me levanté y en un recorrido heroico, llegué finalmente a mi refugio, a mi buhardilla.
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Abrí la puerta con mucho ímpetu y con mucho más ímpetu la cerré.
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Ya en la paz del hogar y habiendo recuperado a Loui, decidí que lo mejor sería acostarme para poder sanar mis heridas. El periódico podía esperar y si no, pues que desesperara.
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Finalmente, ya en la cama, me dispuse a dormir con los ojos muy abiertos y empecé a reflexionar llegando a la conclusión que dedicarse a la literatura era muy arriesgado. Y tal vez lo más sensato sería ir pensando otra alternativa de vida. Con tanta reflexión, noté algo en mis pies, dándome cuenta que no me había quitado mis pantuflas y me había acostado con ellas también. No hice nada. No tuve la intención de hacer nada, no fuera el caso que me accidentara otra vez.
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Como ves, mi querido Óscar, mi vida cada vez es más caótica. Pero qué puedo yo contarte que tú no sepas…
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