Aunque no lo quiera, la muerte me persigue (IV)
Llegué nuevamente a aquel edificio en donde yo, me escondía de la vida y, cuando me disponía a entrar en su interior, entre gritos y sollozos me abordó la portera.
Aquella anciana menuda, peinada con aquel ridículo moño canoso encima de su redonda cabeza, y que más que un moño parecía una boñiga, empezó a soltar por su boca unos incomprensibles balbuceos.
No entendía nada de lo que decía y la abofeteé. Yo también necesitaba desahogarme…
– ¡¡Cálmese!! – le grité -.
Entonces aquel ser descontrolado, empezó a llorar y quiso abrazarme.
Mi rechazo fue inmediato, pues en aquellos momentos ya solo me faltaba consolar a una anciana histérica. Que, además, tenía la particularidad de ejercer sobre mí, ¡una gran irritabilidad!
Pero ella, lejos de desistir, nuevamente ¡volvió a insistir!
– ¡¡Horrible, horrible!! – exclamó entre aspavientos y con los ojos hinchados a punto de reventar -.
– ¡Déjeme pasar! – le ordené -.
– ¡Ha venido la policía! – me dijo con la cara desencajada -.
– ¡¡Horrible!! ¡El pobre Fablet ha muerto! Entró una rata en su casa y él salió espantado, ¡tropezando en las escaleras y se ha desnucado! – Me contó entre gritos, lágrimas y lamentos -.
– Y ¿la rata? – le pregunté -.
Por su respuesta, comprendí que no me había entendido…
– Sí, el poeta Fablet era muy sensible… – sollozaba -.
Me quedé un rato pensativa y dubitativa, pues aquella rata, yo la maté… O, tal vez fuese otra…
– El pobre Fablet no tenía familia, ¡todos sus enseres personales los tirarán sin importarle a nadie! Tal vez, a usted le apetecería quedarse con alguna de sus poesías – ahora, aquella redonda anciana ¡deliraba! -.
– ¡Yo a casa de Fablet, no voy ni muerta! – con mi contundente respuesta, di por concluida aquella disparatada conversación con aquel ser desquiciante, y me dispuse a subir por fin a mi buhardilla -.
En mi ascenso, ¡volvió a insistir!
– Pero… – no le permití que hablara -.
– Apreciada señora, acabo de encontrarme con la Muerte, y me ha encargado que le realice un retrato.
Como puede comprender, ¡estoy ocupadísima! Y no puedo perder el tiempo con muertos que ¡nada tienen que ver conmigo! – se desmayó, y ya por fin, subí aquellos peldaños que me conducían a mi ahogado refugio -.