Seres queridos (IV)

06/03/2025 Desactivado Por Anna Val

Y, el anciano gato desapareció a través de un orificio que se encontraba cercano a una oxidada alcantarilla donde asomaban los bigotes de una rata. Tal vez fueran amantes y ella le esperaba de manera clandestina, como siempre había hecho a lo largo de una vida entera. Silenciosa y discreta, madame, la rata fue desvaneciéndose para recibir a su amado y peludo anciano gatuno.

Aquel   gato longevo que me lanzó de manera contundente aquella afirmación: «Si no lo comprende ahora, ya lo comprenderá», batía con fuerza en mi cerebro. «¿Por qué lo comprendo, y a la vez, no comprendo nada?», me repetía una y otra vez. En aquel momento de absurda reflexión, levanté la cabeza en busca de alguna respuesta delirante, cuando lo único que pude visualizar de forma veraz, fue a un gato desgarbado y pulgoso que se recostaba sobre una barandilla de hierro forjado anclada en un viejo muro. ¡El muy marrano exhibía de manera intencionada sus cochinos y desinflados genitales que le colgaban como vulgares higos! Además, me miraba de forma viciosa mientras se fumaba un cigarrillo de marihuana, exhibiendo muy orgulloso, su desdentada dentadura a través de una carcajada depravada mostrándome su lengua con un vulgar y detestable movimiento.

Me marché espantada de aquella esquina para ubicarme en la otra esquina que se encontraba al final del callejón donde no había ninguna escapatoria real. Pero ante aquella situación y pensando que la cosa tal vez mejoraría algo, fui abordada por una elegante gata blanca que, al parecer, me conocía. Pues, aquella gata aterciopelada, me llamó por mi nombre de forma delicada: «Hola…, querida Kler…», ¡quedé aterrada!  ¡¡Aquello era absurdo!!  ¡Era una chiflada pesadilla que ya duraba bastante y de la que debía despertar de inmediato!

«Kler, ¿estás bien? ¿Otra vez andas desmemoriada? Soy Coco, tu amiga de siempre, ¿me recuerdas?», aquellas palabras me hicieron despertar de un trance agónico entre cuatro paredes blancas. Y entonces escuché una voz masculina que susurró un: «déjela descansar hasta que la medicación haga su efecto. Está realmente estresada y muy cansada».

Al rato, fui volviendo a una realidad olvidada que me mantenía atada a una cama de hospital. Entonces, mirando al frente, vi con total claridad, sentada en una silla de madera, a Coco; con el semblante sereno dedicándome una placentera sonrisa, ella me decía: «Querida, has vuelto a sufrir una de tus crisis. ¿Recuerdas algo?», me preguntó melódicamente.

«¡Oh! ¡Te has transformado en una mortal!» le grité.  Y en un tono recriminatorio, le dije: «¡Ya no eres la gata blanca que me encontré en el callejón!»

«¿¡Que dices, Kler!?», me preguntó muy preocupada y con la mirada fuera de sí.

«¡La banda de los seres queridos!, ¿Los has olvidado, Coco? ¡¡Aquellos gatos malévolos que me transformaron en una huesuda pantera negra y a ti en una linda y afelpada gatita blanca!! ¡Incluso se me apareció un tal Kafka, al que tuve que advertirle que huyera de ellos para que no le dañaran! ¿Entiendes, Coco? ¡Debo salir de este lugar para ir a Rodas o perderé a un pudiente cliente!»

«Tranquila, Kler. Hablaremos de todo ello cuando hayas descansado. No te preocupes…»

«¡¡Ja, ja, ja!!», una risotada alocada y ensordecedora envolvió la habitación. Provenía de la cama de al lado donde se encontraba tendido un cuerpo humano viejo y desgarbado. Aquel ser medio moribundo, me miró con los ojos chispeantes de odio y me recordó…, ¡al gato marihuanero del maldito callejón!

«¡¡ja, ja, ja! ¡Levante la cabeza y observe a su alrededor!», me ordenó aquel pedazo de carne putrefacta.

Miré lo que había en aquella sala tan grande de hospital y vi, con horror, a todo un gentío agonizante… «Pero, ¿¡quiénes son toda esta gente!?», pregunté algo más resucitada que hacía un rato.

«Es la metrópoli de autores anónimos enloquecidos por culpa de la literatura. ¡Al igual que usted, que está como una gran cabra!», me berreó aquel viejo gamberro.

«Por cierto, ¿conoció en realidad a Kafka?», me preguntó de malas maneras.

«¿¡Quién es Kafka!?», le respondí.

FIN