Seres queridos (III)
Me alejé a todo trotar hacía mi apartamento, pensando lo que le diría a aquel millonario griego por no haber podido adquirir aquel cuadro tan caro y tan horroroso… «Tranquila», me dije, y entonces filosofé: «Cualquier excusa servirá… Pues estos extravagantes millonarios, siempre se creen todo aquello que no es verdad, tan solo creen realidades inventadas…», y me puse a reír bajito, muy bajito. Pero, de repente, me empecé a encontrar muy extraña; mi cuerpo parecía engordar sin causa alguna y mi anatomía se manifestaba extravagante. Realmente era una situación estrambótica… Notaba como se redondeaba mi cara y, por si esto no fuese suficiente, de los poros de mi piel, una peluda estampa negra de pelo iba creciendo como hierba envenenada causándome un latoso picor insoportable de resistir.
En aquellos críticos instantes, tan solo deseaba llegar a mi residencia para descansar. Lo más seguro, es que, todos aquellos extraños sucesos que mi cuerpo estaba sufriendo, sería a causa de una contaminada alergia que, por culpa de aquella siniestra banda de felinos, estos, apropósito, me habrían infectado.
Estaba tan confusa, que me di cuenta que, volvía, en contra de mi voluntad, hacia el siniestro callejón, ¡esta vez a cuatro patas…! ¡¡Cuatro patas!! Si…, ¡mis brazos iban alargándose de tal forma que me obligaban a ponerme de cuclillas para poder caminar! ¡Y, mis pies, se ensancharon de tal manera que reventaron mi elegante calzado a causa de unas pezuñas negras y peludas, las cuales fueron creciendo despacio, muy despacio…!
«¡Oh, qué horror!», gritaba mientras vi reflejado en un charco de agua mi rostro. ¡Este se asemejaba al de una pantera negra! «¡¡ Oh my God!!», grite con un ronquido muy peculiar. De repente, cuando me abría paso entre la muchedumbre, esta jaleaba con gritos de terror: «¡¡corran, corran, una pantera negra anda suelta!!», y todo aquel gentío de alocados transeúntes corrían a la carrera entre encontronazos y caídas salvajes. Yo miraba a mi alrededor y no pude visualizar al felino en cuestión, por lo tanto, deduje que, todo aquel alboroto histérico, sería debido a la entelequia por parte de algún chiflado, escapado de no se sabe dónde… Yo seguía bajo un espantado ánimo hacia el siniestro callejón. Cuando llegué, me encontré con toda la cuadrilla pandillera de los seres queridos riéndose a carcajada altisonante al verme llegar. |
![]() |
«¡Todavía no te has enterado, ¿verdad? ¡¡Ja, ¡Ja, ja…!!», me dijo un gato borracho mientras acariciaba su cola con la lengua.
Otro, con aspecto de ladrón ratero, me miraba con sonrisa babosa y me guiñó el ojo derecho…, del izquierdo, me ocupé personalmente al darle un contundente zarpazo y asegurándome de habérselo arrancado de su cuenca…Entonces, este dio un salto mortal de dolor y se alejó mientras emitía unos aterradores y martirizadores maullidos ensordeciendo hasta al mismísimo silencio.
Toda aquella gamberra camada de felinos poseídos, me miraron mostrando respeto cuando uno de ellos, de aspecto anciano, me dijo una frase imposible de olvidar: «Si no lo comprende ahora, ya lo comprenderá.»