Seres queridos (II)
La intensidad de aquel momento se apoderó de mí y lancé un grito de incredulidad que resonó entre aquellas enmoquetadas paredes. «¡¡Seres queridos!!». El hombrecillo me miró de muy malas maneras: «Si, mi estimada madame, ellos son las almas de todas las personas que murieron en este lugar. Ellas se reencarnaron en estos bondadosos felinos a los que yo he adoptado con el nombre de «seres queridos», ¿comprende, madame?». «No, madame no comprende nada…», le respondí bastante mareada. Entonces me percaté que uno de los gatos me miró con muy mala intención y a continuación, en un acto casi terrorista, el bicho en cuestión me levantó el tercer dedo de una de sus patas y se abalanzó sobre mi como un vulgar «Killer», pero no pudo realizar dicho acto criminal porque yo, a la vez que él, también di un brutal salto prolongado en paralelo. Entonces, ante aquella surrealista voladura, ambos nos miramos y nos bufamos y, sin esperarlo, el gato asesino quedó estampado contra una pared del salón. En cambio, yo, y debido a mi feroz impulso, mis tacones se clavaron sobre los hombros del turco manteniendo el equilibrio agarrándole la cabeza para no caerme.
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Aquel ser gritaba y blasfemaba en turco y yo, no entendía nada… Pero nada de nada y me sorprendió ver como se desplomaba en el suelo que, por culpa de esta causa tan accidental, quedé con las espaldas desmoronadas sobre aquella superficie alfombrado. Pero, además, aquella rata almizclera, al igual que el gato que quedó incrustado en el tabique de aquella habitación, también me sacó el tercer dedo de su mano como si fuese Diógenes para expresar de forma contundente su enfado, y después, dejó de respirar. ¡Quedó muerto para siempre jamás…! En fin, tenía que encontrar aquel cuadro que debía entregarle al magnate griego en Rodas, pero viéndome rodeada por todo aquel peculiar corrillo de seres queridos que me enseñaban, sin ningún tipo de complejo, ¡sus afilados dientes!, comprendí, entonces, que estaba en grave peligro y salí de aquella casa a toda prisa, perseguida sin piedad por el clan de gatos asesinos… |
Intentado no romper mis tacones, me tropecé, sin saber cómo ni por qué, con un muchachito guapo y bajito, el cual vestía un elegante traje y su cabeza quedaba cubierta por un bombín. Nos miramos como si nos conociéramos de otra vida y me sonrió a la vez que se presentó: «Hola, es un placer volver a verla. Soy Kafka, ¿recuerda…?», me dijo mientras la manada de gatos se acerba. «¡¡Corra, aléjese de aquí!! ¡¡La banda de los seres queridos quieren asesinarnos!!», le grité mientras que su respuesta me dejó trastornada: «No me pasará nada… *estoy hecho de literatura; no soy nada más, ni puedo ser nada más*.» Aquel hombre no comprendía nada: «¿¡La literatura…!? ¡¡Huya también de ella, es mal intencionada y seguro que acabará exterminándole!!»
Miré hacia atrás y los seres queridos estaban a punto de abalanzarse sobre mí cuando lo único que se me ocurrió hacer, en aquel instante, fue rugir salvajemente y a pulmón abierto. Estos quedaron paralizados y regresaron a aquella lúgubre casa. En cuanto a Kafka, desapareció, se borró a él mismo…
Continuará…
NOTA: la cita que hace referencia al escritor Kafka y que él escribió: «*estoy hecho de literatura; no soy nada más, ni puedo ser nada más*.», esta autora la ha extraído del libro titulado: «Kafka. Um sein Leben Schreiben.» Autor: «Rüdiger Safranski.» Editado en España por: «Tusquets editores.»