Pusa y Moc (I)
¡Y llegaron por fin, las vacaciones de verano! Como cada año, Pusa y Moc se trasladaron a su casita de Prado Estirado para poder participar, un verano más, en la importante carrera de bicicletas voladoras que organizaban todos los años las autoridades más ilustres de Prado Estirado. «¡Ahhh, que maravilla!», exclamó Moc al llegar a su confortable casa de colores que se encontraba al lado del lago Chiflado. Le llamaban así porque todas las noches, a lago Chiflado…, ¡le encantaba cantar ópera! Era un gran artista y su voz era muy chillona, se oía en todo Prado Estirado, además, nunca cantaba solo, ya que siempre le acompañaban un grupo de coristas muy peculiar; ¡se trataba de las alocadas gambas gritonas que vivían en el interior de sus azules aguas! Ellas eran las encargadas de corear su ensordecedor canto, a la vez que realizaban un embrujado baile sobre la superficie del lago. Sus nombres eran muy raros; una de ellas se llamaba gamba cabezona porque era muy tozuda, otra, era la genial gamba palomita de maíz, jamás se cansaba de dar grandes saltos mortales. En cambio, la gamba más rara de todas era la gamba Kidi que tenía aplastada su enorme nariz, pero la más divertida era la gamba banana ya que era la más bailona. En cambio, la más sabrosa era la gamba chorizo.
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A Pusa y Moc toda aquella escandalera nocturna no les molestaba para nada, al contrario, todas las noches corrían a recostarse cerca del lago para poder arroparse por un cómodo jardín de hierba y flores aromáticas de rosas y jazmines silvestre, y cubrirse, también, por un trozo de cielo para poder observar, con gran placer, a un grupo de estrellas que, con su resplandeciente luz, iluminaban todo aquel mágico entorno. Ellas, entre risas, saludaban a Pusa y Moc y estos, alargaban sus brazos para poder abrazarlas.
Terminado el espectáculo todo volvió a la calma, y Pusa y Moc, regresaron a su apacible y cómoda casa para descansar en sus mullidas camas. |
Pasada la noche, el sol anunciaba un nuevo día y le dijo a la luna que ya era hora de que se fuera a dormir. Obediente, la luna se marchó y de este modo el sol resplandeció, extendiendo, sus alargados y potentes rayos, sobre Prado Estirado, dando los buenos días a todos los habitantes del bosque. La seta maravillas empezó a reírse porque uno de los rayos mágicos del sol empezó a hacerle muchas cosquillas en forma de rosquillas, muy sonriente, la miraba la avellana enana, que se encontraba sentada en la quinta rama del avellanedo Pedro, junto a un tarro de mermelada roja y dorada, en el que untaba su dedo para comérsela con gran afán. Las mariposas doradas, esparcían su mágico polvo para que todo brillara como el oro mientras veían correr precipitadamente a las amapolas Lolas. Una de ellas, la más mandona, les gritaba a las demás: «¡¡Vamos, corred!! ¡Dáos prisa que me entra la risa! |
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