Peppino Puñetti ha muerto (IV)

14/11/2024 Desactivado Por Anna Val

Llegué a la pensión exhausta y con la respiración cabalgando a lo loco dentro de mí. Pero, gracias a Conchetta, y al maravilloso patio trasero que escondía la coqueta pensión y en el que albergaba un solemne limonero, una sublime higuera y unas mesillas de mármol italiano, Conchetta sirvió sus manjares más exquisitos a sus ilustres y escasos huéspedes; en una mesa se encontraba sentado y esperando un suculento plato de espagueti con almejas, un escritor de Lyon y, en la otra mesa, se instaló un señor gris de Barcelona el cual parecía no esperar nada de nada…

Con los rostros doloridos y el ánimo doliente, aquellos dos mortales pasarían unos días en la vieja pensión de Ragusa en espera de que sus vidas dieran un salto mortal hacía la esquiva felicidad. Yo tenía la absoluta seguridad de que jamás lo conseguirían… Mientras pensaba aquello tan triste, ¡por fin, Conchetta apareció con una extraordinaria bandeja de Arancini y una jarra de rojo vino italiano! Lo sirvió en la mesita en la que yo me encontraba ansiosa y hambrienta y, en la cual, ella decidió, también acompañarme para deleitar aquel bocado de dioses junto a una agradable charla de la cual yo aprovecharía para hablarle de aquel anciano lacrimoso que había visto con anterioridad para saber cuál era el motivo por el que aquel vecindario, de aspecto siniestro, escondía, entre un envenenado bisbís, una maliciosa rumorología.

Excitada y con el ánimo exaltado por querer contarme una serie de misterios cotidianos que a mí se me escapaban a cualquier lógica razonable, Conchetta empezó a disparar todos aquellos secretos que me tenían tan turbada…

Me contó que aquel anciano al que siempre acompañaba un joven de aspecto grosero, era, ni más ni menos, que… ¡Peppino Puñetti!, perteneciente a la familia mafiosa de los «Gallo Spatuzza», y que aquel joven era su escolta, pues la familia «Gallo Spatuzza» y la otra familia mafiosa que también ocupa otra parte del territorio siciliano, los llamados «Antonellos» y cuyo padrino era un tal Gioacchino, vivían enfrentados desde hacía una década porque la hija de Peppino Puñetti, la bella Rosetta Puñetti, se había casado en contra de la voluntad de su anciano padre con el hijo de Don Gioacchino. Ella, la hermosa Rosetta renegó de su padre y desde entonces jamás le volvió a hablar. Cada noche, Rosetta atraviesa la calle que conduce a la iglesia de «San Giorgio» para confesarse, no se sabe muy bien de que, con el padre Francesco. Este es el motivo por el cual los siniestros vecinos murmuran, con gran maldad, sobre Rosetta y el padre Francesco, elucubrando sobre una enroscada relación de galanteo entre ambos.

En aquel instante nos interrumpió Antonino, el gorrino que, habiendo escuchado el relato de Conchetta, escupió en el suelo maldiciendo a Peppino Puñetti. Entonces Antonino se sentó en el suelo al amparo de la noble higuera para ejercer la sana práctica de una sanadora siesta.
«¿Pero por qué todo el mundo anda a malas con Peppino Puñetti, por ser un viejo mafioso?”, le pregunté a Conchetta.

«¡No, no!», exclamó ella y continuó relatando: «El puerco de Peppino vigila por la ventana todas las noches la empinada cuesta que conduce a la iglesia de San Giorgio, y de este modo puede ver a su hija Rosetta.  Entonces, él se sube a lomos de su también viejo burro y empieza a gritar: ¡¡Rosetta, Rosetta…!! ¡¡Rosetta háblame…!! Pero ella le ignora entre los lamentos de su padre y los rebuznos del burro y claro, a plena noche, con semejante marimorena, ¡no hay quien duerma!», me dijo muy angustiada.

Continuará…