Un ermitaño llamado Piulet (IV)

16/10/2025 Desactivado Por Anna Val

El tiempo desapareció, dejando a Piulet en un limbo existencial dentro de aquella soterrada gruta. Cuando fue consciente de que permanecería enterrado en aquel subsuelo de por vida, entendió que lo mejor sería transformarse en un ermitaño feliz. Comprendió, que su vida, en el exterior de aquella cueva, había sido un gran tormento y, entendió, que había sido un ermitaño urbano y trastornado y que, gracias a aquel engaño de aquella gitana napolitana tenía una segunda oportunidad para explorar una nueva vida alejado del padecimiento tortuoso que le encapsuló en aquella obsesión, llamada Chiara.

 Entonces, se levantó entumecido del húmedo suelo sin saber cuánto tiempo había permanecido sobre él, pues el amargo tiempo se había despedido para no volver jamás. Piulet, al levantarse, notó una enorme barba que colgaba de su barbilla, y de su cabeza emanaba una larga cabellera blanca. Aquel traje que intentaba cubrirle su dañado cuerpo estaba lleno de roturas, como si se tratara de enormes cicatrices…

Entonces, sin sentir lastima de sí mismo, se quitó aquel ropaje que le hacía parecer un náufrago de la vida, encontrando, detrás de una roca, una túnica perfectamente doblada que alguien había dejado allí…  Puilet ya no se asombraba por nada y, con una escalofriante indiferencia y sin preguntarse quién pudo haber puesto aquella ropa sobre aquella roca, Romano Piulet se enfundó dentro de aquel manto blanco y, a continuación, arrancó unas largas raíces que sobresalían de entre las rocas para saciar su hambre, bebiendo, también, el agua fresca y clara que resbalaba de aquellas paredes enrocadas.

«¿Qué más puedo necesitar…?», se dijo muy satisfecho Piulet.

«Tengo comida y bebida y vivo en paz dentro de este grato santuario, el cual, me ha dado la oportunidad de vivir lejos del apretado tiempo y sin tener que preocuparme por nada…», proclamó Piulet mientras alzaba los brazos saboreando a una desconocida felicidad.

Sentado, en calma y cercado por un bienestar repleto de un invisible sosiego al que Piulet atesoraba en su interior con un gran abrazo sereno y reposado, de repente, oyó una voz melodiosa que provenía del corazón de aquella guarida que el volcán le ofrecía.

«Piluet, ¡mi querido Piulet!», le aclamó con dulzura aquella desconocida voz… «¿¡Quién eres!?», respondió Piulet cegado por la curiosidad, y añadió: «¿Eres Chiara?», le dijo en un tono de grave melancolía.

«No, no soy Chiara. Soy un alma buena y compasiva y traigo un mensaje para ti», le indicó la misteriosa voz.

«¡¡Es un mensaje de Chiara!!», le insistió él.

«¡¡Basta, Romano!! Tu obsesión te hizo enfermar, ¡no ínsitas y presta mucha atención! En unos días el Vesubio rugirá de manera inimaginable, es posible que gran parte de la ciudad sea totalmente destruida, y tú serás expulsado de este lugar para acabar en el fondo del mar. Allí, te convertirás en un ermitaño marino y con un nuevo aspecto; ¡te convertirás en un buda!  Piulet, debes aprovechar con gran sabiduría esta nueva oportunidad. De este gran esfuerzo dependerá el desenlace final… ¿Has comprendido?» Piulet, asombrado por aquel mensaje, asintió con la cabeza.

Continuará…