Un ermitaño llamado Piulet (III)

09/10/2025 Desactivado Por Anna Val

Piulet, extasiado por una fuerte emoción incontrolada que bombeaba encapsulada en el núcleo de su corazón, pudo comprobar que, ciertamente, tal y como le indicó aquella gitana encantada, en la falda del Vesubio se encontraba, tras apartar una densa vegetación, la entrada, húmeda y oscura de lo que parecía ser una fría cueva. Piulet entró tembloroso y dubitativo con el brazo a la altura de sus ojos intentando ver algo entre la oscuridad, a la vez que gritaba el nombre de su amada: «¡Chiara, soy yo, Piulet! Chiara, ¿estás ahí?» Pero nada…, ninguna respuesta obtuvo, excepto la del eco, que le devolvía ampliada, nuevamente, su angustiosa rogatoria. Entonces, y tras un largo rato sentado sobre una roca algo punzante, Romano pensó que, tal vez, la demora de Chiara fuese por culpa de su viejo marido… Pues, seguramente, ella debió contarle a Di Scala una excusa lo suficientemente contundente para que este no sospechara nada de su furtivo encuentro a los pies del Vesubio…

«Sí, eso es… El viejo es muy desconfiado y la tendrá entretenida con preguntas absurdas…», se dijo a sí mismo Piulet.

Pero el tiempo se burlaba de la angustia del desdichado Piulet, el cual se paseaba lentamente por delante de él, bailando una danza endemoniadamente macabra, ofreciéndole, además, un recital de groseras y malintencionadas palabras para enloquecer, todavía mucho más, a su perturbada alma: «¡¡Ja, ja ja…!!, ¡Estúpido Piulet! ¡Ja,ja ja! ¡Has caído en la trampa de la maligna gitana! ¡¡Ja, ja, ja!! ¡Cómo te has dejado embaucar por su traidora mentira!», le gritaba diabólicamente el tiempo mientras que de su garganta expulsaba una virulenta risa.

Piulet, envuelto en un estado de pánico sudoroso, pudo esbozar un espantado y temeroso: «¡mientes!», mientras que el tiempo, alimentándose de su miedo, y a carcajada brava, le lanzó la segunda parte de la cruel, e infame verdad:

«¡Pobre imbécil! Di Scala planeó un abominable plan para hacerte desparecer, encargándole a aquella villana mujer que te encerrara en esta cueva de la que nunca podrás escapar. Pues se trata de una cueva embrujada cuya vegetación te impedirá salir de ella. Estás condenado a pasar tu eternidad dentro de la oscuridad más absoluta y en el interior de un volcán. ¡¡Jamás volverás a ver a Chiara! ¡¡Ja, ja, ja!!»

Aquella loca realidad fustigó a Piluet en el interior de todo su ser. Cayó al suelo lapidado de dolor. El palpitar de sus sentidos se entrechocaban y Piluet pensó que la muerte sería su gran liberación, pero incluso con este fugaz pensamiento, Romano Piulet, una vez más, se equivocaba…

Continuará…