Un ermitaño llamado Piulet (II)

02/10/2025 Desactivado Por Anna Val

«No», le contesté de manera distraída mientras observaba las empedradas paredes de aquella vieja casa. Paredes empedradas y recubiertas por retratos muy antiguos, cuyas fotografías, roídas por el paso del tiempo, advertían que un día les acechó la pena por otros tiempos en que la vida, además de ser de blanco y negro también fue, a ratos, de un gran colorido…

«Señorita…, ¿le apetece que le cuente la historia de Piulet?», volvió a repetir aquella mujer de nombre desconocido que me miraba de frente con una amplia sonrisa desdentada.

«Si, si… Hable, hable», le dije con muy poco interés.

«Vera…», aquel «verá» fue el pistoletazo de salida para un largo relato…

«Cuando el tiempo olvidó ser tiempo, hace mucho, mucho tiempo, aquí, en esta bella ciudad de Nápoles vivía un pobre hombre muy desgraciado llamado Romano Piulet, el cual trabajaba de secretario para el viejo notario Di Scala, cuya joven esposa, la bellísima Chiara, le había embrujado el corazón.

Romano Piulet vivía sometido a una rutinaria vida de enfermizo desazón y desilusión. Su alma, que estaba siempre en continuo abatimiento por tener que aceptar que jamás podría tener entre sus brazos a su amor secreto para poder vivir una desatada pasión con la divina Chiara, pasaba todas las noches sentado en la mesa de su modesta cocina, vaso de vino añejo en mano y derrotado sobre un mantel manchado de lágrimas en el que, Romano Piulet enajenado por la desesperación, construía dentro de su enferma mente, múltiples maneras de asesinar a Di Scala. Afortunadamente para el viejo notario ninguna satisfacía al martirizado Piulet.

Una embrujada mañana, cuando él se dirigía al despacho del notario, justo cuando iba a doblar la esquina del callejón que le conduciría al viejo edificio donde se encontraba la antigua notaría en la que él soportaba cada día el desprecio más absoluto al que le tenía sometido la vida, se encontró, como si de una aparición se tratara, a una gitana napolitana que, agarrándole del brazo con mucha fuerza, le dijo: «¡corre, corre! ¡¡Huye deprisa al monte Vesubio!! ¡¡Allí, en la falda del volcán, encontrarás una pequeña cueva escondida entre un manto de vegetación y en cuyo interior te espera tu adorada Chiara!!», Piulet, asombrado y con el corazón desbocado, cabalgó hacia el lugar en el cual, aquella gitana le había indicado. Mientras, perplejo y con las pupilas de sus ojos dilatadas, vio como aquella mujer se desvanecía como el humo de un hechizo…

Continuará…