El hotel de los ruidos (IX)

17/07/2025 Desactivado Por Anna Val

Al abrir la puerta de mi habitación, encontré a Yedda hecha un mar de lágrimas. Acurrucada en un rincón, aquella desquiciante criatura, enloquecida por el miedo, temblaba igual que una hoja de papel azotada por el viento.

«¡Deja de temblar que me mareas!», le increpé.

«Preparémonos para la cena y para la posterior sesión de espiritismo de madame Ouija. ¡¡Vamos, levanta!!» le ordené. Pero. una vez más, Yedda me sacó de quicio negándose en rotundo a seguir mis órdenes… «No, por favor, My Lady… ¡¡No me obligue a acompañarla a la sesión de espiritismo!! ¡Tengo muchísimo miedo, My Lady…! ¡¡No quiero ir!!», gritaba la muy desgraciada…

«¡¡Calla, insensata! Harás lo que yo te diga y sin rechistar. ¿O prefieres quedarte aquí sola…?  Quien sabe…, ¡tal vez, de manera abrupta se presente alguna alma endemoniada y seas poseída por esta!», le regañé.

«¡¡No, no, My Lady! ¡¡La acompañaré y no me separaré de usted!!» «Muy bien, pues bajemos a cenar que ya es la hora.»

Al entrar en el salón comedor, un sentimiento de decepción se apoderó de mi estómago al contemplar una larga mesa que sostenía, sobre sí misma, unas bandejas de bocadillos rellenos de pasta de pescado y otros rellenos de pasta de salmón, ¡nada más! Habían preparado un ridículo, y nada apetecible, «cold buffet». Yo no me atreví a probar aquellos pequeños sándwiches, no fuera el caso que me clavara alguna espina, pero en cambio, Yedda devoraba como un cerdo aquella especie de panecillos blandengues.

Nuevamente, la trompeta del recepcionista sonó de manera inesperada, sobresaltándonos una vez más.

Aquel hombre nos ordenaba que pasáramos al salón donde se encontraba madame Ouija, la cual ya estaba preparada para la sesión de espiritismo.

Todos nos sentamos en unas butacas que rodeaban a madame Ouija, que se ocultaba entre velos negros. Entre sus manos, un tablero de madera en el que había escrito un abecedario. Este sería el encargado de descifrar los mensajes del más allá…

También nos acompañaban, como no, las tres viejas espantables y el chiflado de la trompeta.

«¡SILENCIO…!», gritó madame Ouija con una temible voz muy grave.

«¡VAMOS A INVOCAR AL ESPÍRITU DE ALDREDA PUTTOCK! ¡¡LADY ALDREDA, MANIFIESTESE!!», volvió a gritar madame Ouija con una extraña voz que parecía estar poseída por alguna fuerza insólita del ultra mundo…

De repente, de aquel tablero se elevó un humo verde, muy verde, en el que se podía leer un claro mensaje: «¡¡HABEMMUS SPIIRITUMMi!!» «¡¡Ohhhh!!», gritamos todos. Todos, menos Yedda que estaba abducida por aquella sesión de espiritismo.

De repente, de aquel humo verde empezaron a salir extrañas criaturas que revoloteaban sobre nuestras cabezas. Una de ellas, era una monja voladora, subida sobre una escoba, que voceaba un salmo gregoriano que nos reventaba los tímpanos, mientras, las tres viejas intentaban azotar a la monja voladora para espantarla y alejarla de allí. Invadidos por el pánico, iniciamos una huida a toda prisa para poder refugiarnos en nuestras habitaciones, pero al acercarnos, y visualizar la escalera, vimos horrorizados a una risa endiablada que se arrastraba sobre los peldaños de la enmoquetada escalera como una babosa, escalando y escalando sin parar de reír e impidiéndonos que pudiéramos subir por los escalones.

De nuevo, volvimos al interior de aquel salón donde se paseaba una culebra con cabeza humana de mujer que apaleaba a un sapo al que recriminaba, no sabemos muy bien el qué, al no entender nada, ya que le hablaba en una lengua desconocida. El feo sapo, saltaba y saltaba para alejarse e huir de la culebra humana.

Aquellos espíritus se habían escapado de aquel tablero de madera sin que nadie pudiera hacer nada para alejarlos de allí, pero lo que estaba claro, era que el espíritu de Aldreda no se manifestó.

Continuará…