Un ermitaño llamado Piulet (VII)
«Yo sé quién es usted, signorina…» «¿Ah, sí…?, le respondí de forma altiva a aquella anciana.
«Usted es la escritora de relatos. ¡Aquí en Italia la amamos, signorina! ¡Atesoramos cada relato que usted escribe!» «¿Ah, sí…?», le volví a responder de manera irónica otra vez, mientras le lanzaba sobre su «testa testarda» una estrepitosa respuesta cargada de un agradable cinismo: «Se confunde usted, señora. Yo soy una simple vagabunda… ¡Jamás he escrito dos palabras seguidas y, mucho menos, un relato!», le insistí con un grato egocentrismo moviendo un pie sin saber por qué…
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Aquella vieja volvió a insistir: «Signorina…, la reconocí de inmediato… La reconocí al instante con tan solo verla…» «¡¡No insista!! ¡Yo soy una vagabunda, pero, si en realidad yo fuera esa escritora a la que usted se empeña en reconocer en mí persona sin que yo lo sea, ¿qué es lo que en realidad desearía de mí ?», su respuesta me dejó en un estado inanimado: «escriba usted la vida de Piulet», empecé a reírme; primero de manera pausada para seguir con una risa incontrolada y, una vez que pude recobrar un mínimo de mi desaparecida compostura le arrojé unas envenenadas palabras: «Mi anciana y enlutada mujer, si yo fuera esa persona a la que usted se refiere, ¡¡nunca escribiría sobre esta absurda historia, y mucho menos escribiría sobre un enajenado al que nadie conoce!! ¿¡Comprende!?», le grité. «No, no la comprendo», aquella anciana me estaba desquiciando… «¡¡¡Ji, Ji, ¡Ji!!», empezó a reírse con aquella risa tan desfachatada. «¡Puede dejar de reírse con ese insoportable – ¡ji, ji, ji-! -», le abronqué. «No…», me respondió. |
«¿¡POR QUÉ NO!?», le grite enfurecida. Y, después de aquel encolerizado grito, aquella mujer dio un brinco de la silla con los brazos en alto mientras pateaba el suelo igual que lo haría un tozudo burro. Entonces, con un grito crispado, ella, la anciana de un solo diente dorado y en un estado extremadamente excitado, escupió una loca confesión… «¡¡PORQUÉ YO SOY PIULET!!»
¡Aquel loco ser nonagenario salió de aquella casa cantando la mítica canción, «Tu vuó fa il americano! Mmmericano, mericano…!» mientras pregonaba repetidamente, toda orgullosa, que ella, en realidad, era…, ¡el ermitaño llamado Piulet…!
FIN
