El hotel de los ruidos (X)

24/07/2025 Desactivado Por Anna Val

En corro, y caminando los unos detrás de los otros, igual que lo hacen los animales cuando sienten un grave peligro amenazador, dábamos vueltas y vueltas sin saber que hacer… Pero, de repente, la puerta se abrió apareciendo como iluminados salvadores, Monsieur Petrus acompañado por el inspector de policía Wolfgang Brown de Scotland Yard y un grupo de agentes los cuales rodearon todas las entradas para que nadie pudiera desalojar el hotel.

Con su habitual tranquilidad dialéctica, Josephus Petrus nos ordenó que todos nos sentáramos para escuchar la resolución del asesinato de Aldreda. Obedecimos sin rechistar bajo la atenta mirada del inspector Brown.

«Madame e Monsieur, estoy en condiciones de resolver este endemoniado caso.», dijo con acento exageradamente belga Josephus.

«Anteayer por la mañana se cometió un brutal asesinato; encontramos en el suelo del jardín, boca abajo y con un puñal clavado en la espalda, el cadáver de Lady Aldreda Puttock, o eso es lo que todos pensábamos…», nos relató el pingüino belga mientras nos miraba inquisitoriamente. Ante aquella afirmación tan rotunda, en la que dejaba entrever que tal vez aquel cuerpo no era el de Aldreda, me vi obligada a intervenir.

«Monsieur, ¡nos está diciendo que aquella mujer no era Aldreda! ¡¡Imposible!! ¡Yo la reconocí!», le dije muy airada.

«No, My Lady… Usted, al igual que todos los presentes, lo que vimos fue a una mujer que enterraba su rostro bajo los arbustos y que, por esta razón, no le pudimos ver su cara, pero dedujimos que era Lady Aldreda Puttock porque aquella mujer llevaba los mismos ropajes que Lady Aldreda. ¡Esto es lo que vimos y lo que dedujimos! ¡¡Deducciones y tan solo deducciones!! Pero a Josephus Petrus nadie le engaña y cuando entré en aquella cámara frigorífica con la intención de averiguar si aquel cuerpo muerto era, en realidad, el de Lady Aldreda…, ¡¡ajá!!, tal y como imaginaba, aquel cuerpo era el de otra persona. ¡¡Aquel cuerpo apuñalado era el de Isla Morven, la cocinera del hotel!», aquella sentencia, nos dejó a todos conmocionados.

«Y…, ¿para qué asesinar a la cocinera del hotel y hacernos creer que era Lady Aldreda? ¡Ah, la respuesta a todo este misterio recae sobre la persona de Lady Charlote, viuda del duque de Nortmumberland!», todos los reunidos giraron sus cabezas en dirección a mi persona clavándome sus miradas de manera criminal.

«¡Que dice, estúpido belga! ¡Yo jamás mataría a nadie!», le grité levantando mi bastón.

«No, no, no, My Lady. ¡Es a usted a quien quieren matar! Verá…, desde que usted enviudó y heredó un gran patrimonio y una más que generosa suma de dinero, su entorno más directo, que en este caso son: el doctor Gwylan, su archienemiga y a la vez amiga, Lady Aldreda Puttock junto con su aparente torpe doncella, la señorita Yedda, elaboraron un macabro plan ideado por Lady Aldreda para matarla lentamente con unas pequeñas dosis de veneno. Pero antes de su muerte, y justo en su letal agonía, le harían firmar un testamento, el cual estaría debidamente redactado para que toda su fortuna acabara en manos de Lady Aldreda. Para ello, necesitaba la ayuda de su médico de cabecera y amante: ¡¡el doctor Gwylan!! Y, para suministrarle los venenos era imprescindible la colaboración de su doncella Yedda; ¡ihija secreta de Lady Aldreda Puttock!!» Yo estaba a punto de desmayarme cuando Josephus Petrus gritó: «¡¡No, Lady Charlot!! ¡¡Ahora no es momento de desmayarse si no de conocer la verdad!!», guardé la compostura mirando amenazadoramente a Yedda a la que tenía unas ganas salvajes de bastonearle la cabeza sin piedad.

«Es por ello, My Lady, que pensaron en acabar con su vida enviándola a este hotel tan insufriblemente ruidoso en el que el verdadero recepcionista sería sustituido, con alguna absurda escusa, por el doctor Gwylan, el cual, para no ser reconocido, utiliza este peculiar disfraz. ¡Ah!, y no olvidemos que, a estas tres viejas chifladas, cómplices y hermanas del doctor, tenían una única misión: espiarla para tenerla a usted controlada.» «¡¡Oh…!», gritamos todos espantados. Los agentes de policía le quitaron al doctor Gwylan la peluca, el monóculo y la barba postiza… «¡¡Dios mío!!», grite enarbolada… ¡Era él!

Yedda intentó escapar, pero la cazaron como a un vulgar ratón. Mientras, uno de los huéspedes lanzó una sabia pregunta: «Entonces, ¿dónde está lady Aldreda?»

«¡Ah, esta es la mejor parte!», dijo Josephus con una sonrisilla un tanto cínica.

«Para que no se descubriera su macabro plan, inventaron la figura de una médium a la que nadie conocía para evitar que la policía hiciera sus averiguaciones. La excusa; evitar la mala publicidad de este hotel.» Entonces, dirigiéndose hacia la médium, madame Ouija, Josephus Petrus, señalándola con su dedo inquisidor, grito: ¡¡Quítese estos enlutados velos de su rostro, Lady Aldreda!! ¡La farsa ha terminado!!»

Aquellos tres locos fueron detenidos y conducidos a prisión, donde les esperaría la pena máxima: ¡¡serían ahorcados como a vulgares pollos!! Y a las tres viejas las llevaron a un escondido manicomio para que no escaparan jamás de allí.

Permanecí en shock un largo rato hasta que me recuperé por completo. Josephus Petrus me acompañó a tomar un poco de aire sano en aquella noche tan iluminada y brillante y, cogida de su brazo, miramos al cielo llamados por una redonda luna que nos iluminaba con fuerza para que viéramos como engullía, con su gran boca, a todo aquel disparatado grupo de espíritus que danzaban por el estrellado firmamento. Entonces, la aplaudimos y nos despedimos de ella brindado con una copa de champán, mientras que ambos intuimos que ya no nos separaríamos nunca más.

FIN